“Concluida las sesiones de fotos de la presidenta y sus ministros entre las inundaciones, la estrategia del Gobierno respecto a Piura se ha ceñido a responsabilizar a sus pares subnacionales”.
Con el paso de los años, el fenómeno de El Niño, las lluvias y el dengue son menos un desastre natural y más un fracaso político. Por su regularidad, El Niño y sus efectos son predecibles y controlables. Pese a esto, nunca fuimos más vulnerables que hoy en Piura. Ya el ciclón Yaku nos había dejado cuatro muertos, además de otros horrores como los 114 colegios, 23 centros de salud y 210 vías arruinadas.
Ahora mismo, la región Piura se encuentra colapsada con 65 distritos declarados en emergencia. Incluso si llueve menos de lo predicho, padeceremos porque nuestros puentes tienen menor capacidad de agua que en los años pasados y las defensas ribereñas son precarias. El Perú tiene la tasa más alta de muertos por dengue en América y la mayoría de esas muertes (85) están en Piura. Con más de 44 mil casos activos de dengue hemos, además, superado picos históricos. Cada día que Piura permanece inundada o enferma significa menos negocios abiertos, menos niños en la escuela, más pobreza y más delincuencia.
Mientras tanto, las autoridades subnacionales tienen dificultad para identificar las obras en las que enfocarse y avanzan lento en su ejecución. Peor aún, Piura no está en las prioridades del gobierno Boluarte-Otárola. Concluida las sesiones de fotos de la presidenta y sus ministros entre las inundaciones, la estrategia del Gobierno respecto a Piura se ha ceñido a responsabilizar a sus pares subnacionales por los daños acontecidos. Dependiendo de a quién se pregunte en el Gabinete, el presupuesto prometido a Piura hace tres meses cambia de cifra y no llega. Tampoco parece que el Ejecutivo conozca las reales proporciones de nuestra crisis. La renunciante ministra de Salud Rosa Gutiérrez presumía de hospitales que no estaban habilitados y presentaba cifras erróneas sobre el número de víctimas del dengue. Su salida no puede ocultar lo que en Piura todos gritan: el Gobierno no tiene un plan para el norte del país.
Piura se encuentra, entonces, presa de una combinación de problemas de coordinación, capacidad de ejecución y voluntad política. El enfrentamiento entre autoridades agudiza la crisis y genera inacción. Aunque este contexto ha convencido a muchos piuranos de que no hay otra alternativa que no sea la resignación, la presión ciudadana es en estos momentos nuestro único instrumento para encaminar a las autoridades.
Primero, tenemos que exigir que los alcaldes y el gobernador se enfoquen en las obras de contención; es decir, aquellas que sirven para mitigar los efectos inmediatos de las lluvias. Las obras de contención son pequeñas y, frecuentemente, de carácter continuo. Ellas aseguran un mínimo de calidad de vida para los piuranos en medio de la crisis. Por ejemplo, el drenaje, la descolmatación de los ríos, la organización de campañas contra el dengue y el mantenimiento del suministro de agua.
Segundo, tenemos que reclamar que el gobierno central, de la mano con el regional, se enfoque en las grandes obras de prevención; es decir, aquellas que reducen la vulnerabilidad de la región ante El Niño. Las obras de prevención son las que evitan las catástrofes. Por ejemplo, el refuerzo de las defensas ribereñas, la intervención en las cuencas ciegas (las que no tienen cómo desfogar el agua que acumulan) o la conclusión de los hospitales estratégicos en las provincias más alejadas de las zonas urbanas. Muchas de estas obras estuvieron o están en proyecto, pero se mantienen en el expediente porque requieren de un presupuesto para ejecutarse. Es fundamental que las autoridades locales y los ciudadanos exijan de manera conjunta al gobierno Boluarte-Otárola agilizar las transferencias para realizar estas acciones a la brevedad.
Tercero, los congresistas, junto con los alcaldes, el gobernador y los representantes de las federaciones médicas pueden demandar al gobierno central la asignación inmediata de personal médico para la región Piura. Tener camas o carpas a las afueras de los hospitales sin doctores es como no tener nada. A más enfermos, más personal es necesario.
Cuarto, la presión ciudadana puede ayudar para que los congresistas piuranos se concentren no solo en fiscalizar la actuación de los ministros frente a la emergencia, sino también en que las leyes no sean letra muerta. Los enfermos en Piura padecen el alza de precio de los medicamentos y otros insumos de emergencia como el suero. Desde Lima, los congresistas pueden demandar hacer efectiva la imposición de sanciones contra quienes acaparan o especulan con los precios de los productos de primera necesidad.
Quinto, los colectivos ciudadanos como las juntas vecinales y la prensa local tienen que estar presentes en los eventos de la municipalidad y el gobierno regional sobre la distribución y el avance de obras. Quienes viven en Piura pueden reconocer mejor que nadie tanto los problemas como las prioridades para salir de la crisis. Con la vigilancia ciudadana podemos, por ejemplo, evitar que pasen obras que no tienen gestión de riesgo o que no consideran el factor humano.
En contextos de crisis y entrampamiento, la presión ciudadana es una herramienta poderosa para llamar la atención, favorecer la coordinación entre autoridades y encauzar la acción política. En el Perú de hoy, una ciudadanía activa es el último bastión que nos queda para no morir.
Fuente: El Comercio – Zaraí Toledo Orozco