“Estamos pagando décadas de desinterés en nuestro sistema judicial”.
Así como es imposible construir ciudadanía en un país en el que campean la violencia y la inseguridad, donde el ciudadano simplemente no puede vivir en paz a unos metros de su casa, lo mismo se puede decir cuando se cuenta con un precario e indolente sistema de justicia al que se tiene que recurrir y, que, además, es tratado más como un botín para intereses particulares y alianzas políticas del momento antes que como un pilar de la democracia que debe funcionar de manera autónoma, independiente y célere.
Estamos, pues, ante el peor de los mundos. Por ello, no es de extrañar que un 60 % de jóvenes entre los 18 y los 24 años considere hoy la posibilidad de mudarse a otro país en los próximos tres años (encuesta del IEP) y, más preocupante aún, que estas cifras sean una tendencia. Motivaciones puede haber varias, como la falta de oportunidades para salir de la pobreza, pero sin lugar a dudas una de ellas debe ser la nación caótica que estamos construyendo y, en ese escenario, el desinterés (se diría que hasta clásico) por tener un mejor sistema de justicia es alarmante. Nada más desalentador para un ciudadano que saber que el crimen y la impunidad serán parte de su día a día y que no hay nada que lo hará pensar diferente.
En este problema, además, la contaminación hecha por nuestra decadente clase política no ha hecho sino más que agravar las cosas. Es lo peor que le ha pasado. Un sistema de justicia precario coaccionado por intereses políticos particulares que, en lugar de reformarlo para bien, prefieren someterlo para beneficio propio hace de esta una historia interminable en la que lo único que cambia son los nombres de quienes la protagonizan. Nada cambia. Todo empeora. El último capítulo de este espiral es la investigación sumaria hecha por la Comisión de Justicia (que hoy sesiona) en contra de los miembros de la Junta Nacional de Justicia (JNJ).
Estamos pagando décadas de desinterés y de la nociva y excesiva influencia de la política en nuestro sistema judicial, que en un país con aspiraciones de desarrollo no se permitiría de ninguna manera; de lo contrario, saldrían miles de ciudadanos a las calles exigiendo que las cosas cambien. Pero como estamos en el Perú, lo más probable es que la historia vuelva a repetirse en una peor versión (aunque cueste creer que exista una peor versión). Mientras tanto, miles de jóvenes hoy se cuestionan si vale la pena seguir en este país caótico que estamos construyendo o si apostar, más bien, por una travesía lejos de casa.
Fuente: El Comercio – Rodrigo Cruz