Qué difícil es tratar de explicar un resultado como este. Qué injusto para un grupo de extraordinarios jugadores llegar al final de su carrera con esta derrota. ¿Es justo señalar culpables? Si nuestro corazón está lleno de ingratitud, seguro que sí. Lo real es que esta gran generación de futbolistas no pudo en el partido final.
Un partido raro para la selección que no pudo hallarse como antes: recién a los 98 minutos pudo rematar directo al arco rival, algo que no sucedió, ni siquiera contra Brasil.
Una selección que tuvo en Carrillo a un volante cuya displicencia nos hizo recordar sus inicios: elegante, goleador, definidor, pero cuando no quiere, no quiere. Un entrenador que no toleró su desgano y sacó de la cancha al creativo jugador para el ingreso de Aquino quien, junto con Tapia, formaron una línea de contención inédita en la selección.
No fue el único error del técnico, quien tantas veces ganó un partido desde el banco. El ingreso de Valera, para que juegue junto a Lapadula, fue una nueva «táctica» dentro del esquema natural que la selección presentó en toda la eliminatoria: dos delanteros en la línea de ataque no se veía desde hace mucho.
Y no solo eso, Valera no tuvo ni un minuto frente a Nueva Zelanda. Ormeño sí y no ingresó. Gareca no hizo el cambio, porque Perú necesitaba romper el empate y Ormeño estaba planeado para defender un resultado que no se dio. ¿Preparar a un delantero para una idea defensiva?, pues sí. ¿Y si necesitamos goles? Allí está Valera, quien no tuvo ni un minuto de práctica.
No solo se le dio «el pequeño encargo» al delantero de Universitario de romper el marcador, sino que se le entregó esa mochila llena de rocas en la espalda para que patee el penal definitorio. Muy injusto para Valera, un jugador que más se acerca a un juvenil que a un crack con experiencia.
No es difícil suponer que este es el fin de una era. Hoy Perú está eliminado. Hoy Perú no tiene entrenador. Hoy Perú es una lágrima, cuando ayer era una ilusión. Un equipo que nos dio inmensas alegrías, pero que hoy no pudo responder a la altura de la mejor hinchada del mundo que viajó hasta Catar, a miles de kilómetros de un abrazo familiar, a dar abrazos a desconocidos, esos mismos desconocidos que están llorando a más de 40 grados de calor.
No es justo para nadie, pero tampoco es justo señalar culpables. Reconozcamos la valía de nuestros héroes deportivos. Recojamos lo mejor. Mejoremos lo que haya que mejorar. Sequemos nuestras lágrimas. No dejemos quemar la parrilla y tampoco dejar de enfriar demasiado las cervezas. La vida continúa y el mundo nos volverá a ver en ese salón vip de las 32 mejores selecciones del planeta. Y, aunque hoy duele, sigamos gritando, «tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz», por más que cantemos con un par de lágrimas.
Fuente: Andina