“El gran reto para el próximo alcalde de la metrópoli es lograr convencer a los habitantes de Lima que una mejor ciudad es posible».
Cuando hablamos de los problemas de Lima, con seguridad se nos vendrán a la mente la inseguridad y el tráfico. Los robos y asaltos se han convertido lamentablemente en una experiencia frecuente, como también el caos del tráfico vehicular, que luego de los confinamientos por la pandemia ha vuelto a convertirse en una diaria tortura para los limeños.
No obstante, dichos problemas son síntomas de un problema mayor, que es la débil institucionalidad en que se sustenta la gestión de Lima Metropolitana, donde la ausencia de trabajo colaborativo entre las entidades públicas y la falta de una ciudadanía activa son preocupantes. La inseguridad no puede ser bien enfrentada si los alcaldes no tienen una estrategia coordinada con la policía, el Ministerio del Interior y la ciudadanía organizada. El tráfico de la ciudad no será adecuadamente gestionado si no se prioriza un transporte público eficiente sobre el auto privado, si no se trabaja colaborativamente con el Ministerio de Transportes y Comunicaciones en conjunto con la Autoridad de Transporte Urbano (ATU) y si no se cuenta con el apoyo de la ciudadanía.
Del mismo modo, otro problema grave, aunque menos percibido por la población, es la forma en que se expande y densifica la ciudad, autorizando procesos de urbanización sin aportes suficientes de nuevos espacios públicos para la ciudad, consintiendo la depredación de las últimas áreas verdes de Lima, como las lomas o humedales, o tolerando edificaciones altamente vulnerables al peligro de sismos. Es urgente contar con una autoridad municipal que se decida a tomar las riendas del rumbo que sigue la ciudad. ¿Esto es posible? Creo que sí, en la medida en que la administración edil busque cambios con respaldo ciudadano y ejerciendo su autoridad, pues, nuevamente, la institucionalidad es débil.
Los desafíos de gestión municipal se agravan cuando Lima Metropolitana (Lima y el Callao), en la práctica, es gestionada por 52 alcaldes (dos provinciales y 50 distritales). Las alcaldías distritales, que originalmente ofrecían acercar la democracia a los vecinos, se han convertido en un serio obstáculo para el futuro de Lima, pues buscan manejar sus jurisdicciones como entes independientes, con poco interés en el futuro del conjunto de la metrópoli. La Lima en la que vivimos es en realidad un mosaico de pequeñas jurisdicciones, donde los propios municipios distritales estimulan la afirmación de desigualdades y exclusiones de unos con otros y, por lo tanto, no comprometen a la ciudadanía con el sueño de una ciudad viable, vivible e inclusiva para todas y todos.
El gran reto para el próximo alcalde de la metrópoli es lograr convencer a los habitantes de Lima de que una mejor ciudad es posible, una ciudad que no margine o diferencie al habitante por su distrito de residencia, que compartan ideales comunes y se comprometan a apoyarlos. Sin una ciudadanía ilusionada, comprometida y no de simple espectadora, es poco lo que se podrá avanzar.
Fuente: El Comercio – Pablo Vega Centeno