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Vizcarra y los investigadores cortesanos

De las universidades Cayetano Heredia y San Marcos

El Nuncio Apostólico en el Perú, Nicola Girasoli, ha intentado justificar su vacunación contra la Covid-19, por fuera de los ensayos clínicos, con el argumento de que fue convocado como “consultor ético” por parte de la Universidad Cayetano Heredia. Craso error, porque precisamente una de las funciones de ese nivel de consultoría era garantizar la neutralidad del proceso. Debió ser uno de los primeros en oponerse a que autoridades políticas, funcionarios públicos y autoridades universitarias reciban la vacuna en medio de un extremado secretismo y en abierta contradicción con la última etapa de una investigación experimental.

Todo hombre de ciencia que se haya formado en las aulas universitarias y en el mundo de la investigación científica sabe que en un ensayo cualitativo o cuantitativo se requiere garantizar lo que se denomina “la transversalidad ética en la investigación”. La actitud responsable de una investigación, debe consistir en evitar las “malas conductas científicas” o “las prácticas cuestionables” en todo el proceso.

En este caso, tratándose de una investigación experimental, como era la creación de una vacuna contra el Covid-19, la participación de las autoridades de la universidad no era la de involucrarse como sujetos de prueba, sino como los entes neutrales para garantizar la veracidad de los procedimientos que se iniciaron en China y que el Perú formó parte de la tercera y última etapa de la investigación llamada, ensayos clínicos. Lo que debieron hacer las autoridades y directores de los ensayos clínicos, con un hombre de fe, y no de ciencia, como el respetable nuncio apostólico era precisamente advertirle, en su condición de consultor ético, que resultaba uno de los menos indicados para recibir la vacuna, aun cuando antes se haya contagiado con el virus. De no ser así, ¿en qué podría consistir su función como consultor ético?

Y es aquí, entonces, donde se pone en evidencia la grave irresponsabilidad del Dr. Germán Málaga, jefe de los ensayos clínicos de la vacuna de Sinopharm, que compromete a otros investigadores de la Universidad Cayetano Heredia (UPCH) y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Es una responsabilidad que, como mínimo, debería ser motivo de una investigación por parte de sus consejos universitarios, porque ponen en entredicho el prestigio de sus facultades de medicina y de sus institutos de investigación. No es casual que el rector y vicerrector de la UPCH se hayan visto obligados a renunciar, y que el Dr. Málaga haya sido retirado como profesor principal de investigación.

La grave responsabilidad del Dr. Germán Málaga consiste en haberse dejado manipular por el entonces presidente de la República, Martin Vizcarra, y ceder a su pedido para que este se vacune y, de paso, también su esposa y su hermano. En todo caso, lo que debió hacer el mencionado investigador es poner como condición que esa decisión sea de carácter público y aprobado por una norma legal, tal como lo hizo el actual presidente Sagasti, pero ya en un contexto donde había un contrato y compra de un primer lote de la vacuna. El que el médico Málaga haya cedido a las dolosas pretensiones de Vizcarra muestra esa tradición –no solo de políticos, de autoridades de menor rango y de los propios académicos– de sujetarse a una deformación del régimen presidencialista y congraciarse con el poder, con una vocación de académico cortesano. A ello debemos agregar el compadrazgo, el amiguismo para permitir que rectores, vicerrectores, ministros de Estado, funcionarios públicos y hasta amigos que se involucraron en un escándalo cuya dimensión aún no se determina.

No solo eso sino que, desde el punto de vista académico, el comportamiento de los docentes investigadores de la UPCH y, en menor medida de la UNMSM, revelan un sesgo que desprestigia el comportamiento de estas universidades. En primer lugar, porque quienes dirigían el proceso de ensayos clínicos, debían garantizar la imparcialidad y objetividad de los ensayos. Todo aquel que haya estudiado un curso de Metodología de Investigación Científica, sabe que quienes dirigen el proceso exploratorio y de ensayos no deben formar parte de las muestras, los procesos estadísticos y los procesos de experimentación. Los investigadores dirigen el proceso de investigación, pero no son sujetos de las pruebas experimentales. Sin embargo, el Dr. Málaga se zurró en esos parámetros, los que, además, habían sido establecidos por el Instituto Nacional de Salud (INS).

En segundo lugar, el descubrimiento de un lote de 3,200 vacunas, casi simultáneamente al proceso de ensayos, para otro universo de 12,000 personas deja varias interrogantes que ponen a prueba el sesgo de los ensayos clínicos, como un proceso experimental, en su tercera fase. Y es que, si el Dr. Málaga tenía un lote de vacunas que, en términos prácticos ya tenía el estándar de eficacia, como si hubiera pasado la tercera fase enviada por la empresa Sinopharm, ¿para qué entonces se seguían haciendo los ensayos clínicos con placebos y vacunas en tercera fase? ¿Por qué la empresa Sinopharm envió un lote de vacunas, para crear un proceso paralelo, al parecer dirigido a altas autoridades, las elites del mundo académico, amigotes y hasta la propia embajada China? ¿No sería acaso un intento de ganar influencias para asegurar un contrato con el Estado peruano?

Conforme pasan los días, no solo se viene poniendo en evidencia, los presuntos delitos del ex presidente Vizcarra en este escándalo del “vacunagate”, y de otras dos ministras de estado, sino que se pone en duda la ética de los investigadores de las universidades Cayetano Heredia y San Marcos en el proceso de una experimentación científica, en su tercera fase. Una muy mala noticia cuando hasta hoy el grado de participación de ambas universidades había sido muy positivo.

Sería bueno recordarle al Dr. Germán Málaga o al rector de San Marcos, Orestes Cachay, que el científico tiene que regirse por el principio de que un investigador tiene la responsabilidad moral de cumplir con el rigor que la ciencia le exige (el objeto general y normas del método científico); pero también debe tratar de liberar a la ciencia de cualquier finalidad que no sea la de proveer a la humanidad un servicio ajeno a intereses particulares o de compadrazgo. Un principio que ni las vacas sagradas del mundo académico deberían escamotear.

Escribe: Neptalí Carpio Soto – El Montonero

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