Yener, Elizabeth y Hernán sufrieron en persona la tragedia del 31 de mayo 1970. Ahora, asentados en la urbanización San Silvestre, en San Juan de Lurigancho, nos cuentan la historia que vivieron.
Lo perdieron todo
Era una mañana tranquila del 31 de mayo de 1970 en Yungay. Los vecinos de la pequeña ciudad se alistaban para un fin de semana entretenido entre el circo y otras atracciones cercanas a la plaza; sin embargo, no se imaginaban que sería el último día que verían a muchos de sus seres queridos.
Pasadas las tres de la tarde, un terremoto de magnitud 7,9 sacudió la capital y el norte del país causando zozobra entre la población. Pero lo peor estaría por llegar, unos minutos después, escucharon un estremecedor ruido sin saber de dónde provenía. El miedo se incrementó. Uno de los picos del nevado Huascarán se desprendió y provocó un gran alud con toda la ciudad. Las muertes que dejó estuvieron alrededor de 20 mil fallecidos.
El día de la catástrofe, Yener Roca tenía 14 y nunca se había imaginado tener que afrontar una situación como la que se desató esa tarde. Salió de su casa con una parte de su familia y se despidió de la restante con la idea de volverlos a ver a su regreso. El retorno fue bajo una nube de dudas y terror.
Esa tarde de domingo perdió a sus dos hermanas menores de nueve y siete años, así como al resto de su familia. No sabe exactamente qué pasó con ellas, solo que irían al circo en el Estadio Fernández luego de hacer sus deberes.
Él junto a su hermano de dos años, su madre y su padre se salvaron porque estaban rumbo a los baños termales de Chancos. “Todos los domingos nos íbamos a los baños termales. Mis hermanas no fueron porque tenían que entregar una tarea al día siguiente y prefirieron hacerla”, narra Yener, quien se enteró del terremoto y aluvión en medio del viaje en la carretera.
“Veía como todos se agachaban y pedían al cielo que ya pare. Estaban de rodillas en el suelo con las manos juntas como rezando. Me gritaron que todito Yungay había desaparecido”, agrega.
Muchos de los niños y adultos que se encontraban esa tarde en el circo se salvaron. Algunos de los menores que estuvieron solos en el evento, tras el terremoto y la pérdida de sus familiares, fueron llevados en grupos a la capital para su protección. Según cuentan los sobrevivientes, organizaciones internacionales se llevaron a varios a diferentes partes de Europa.
Con esta hipótesis Yener cree firmemente que sus dos hermanas están vivas en alguna parte del mundo. “Según las averiguaciones de mi hermano, con videntes para saber si están vivas y dónde, dice que son monjas de claustro en España y por eso no sabemos de ellas”, agrega Roca.
Ayer, y como todos los años, los sobrevivientes del alud que sepultó a Yungay, se reunieron en la capilla San Antonio de Padua, en la urbanización San Silvestre de San Juan de Lurigancho, para conmemorar los 52 años de la tragedia. Todos ellos unidos por un solo dolor que no se ha despegado de ellos.
Al finalizar la misa, cantando el himno de su ciudad y llevando la bandera del Perú y de Yungay, realizaron un acto memorial que realizarían en el parque Yungay, lugar que alberga una réplica de la plaza que existía en la desaparecida ciudad.
“Armoniosas cadencias se escuchan, las praderas de encanto sin par. Tu hermosura Yungay de mi vida”, cantaban durante el recorrido por las pistas de San Silvestre
“Este día nunca puede dejar de sangrar en nuestros corazones”, menciona Elizabeth, una de las sobrevivientes entre lágrimas. Ella también perdió a su familia en el aluvión, todos fallecieron. No lo podía creer. Elizabeth tenía 16 años cuando la tragedia llegó a su vida. Vivía en Lima con su abuelita y un hermano, había llegado a la capital para estudiar su cuarto año de secundaria.
El día del terremoto conversó por la mañana con su padre, él le prometió que a la semana siguiente iría a visitarla con su madre a Lima para estar con ella y ver el mundial que se desarrollaba en México. El día tan esperado por Elizabeth nunca llegó. La noticia que su familia había fallecido cayó como un aluvión sobre ella. El dolor la persigue hasta hoy.
Como sucedió con Elizabeth, muchos yungainos no vieron partir a sus seres queridos. Hernán Arias, presidente del parque Yungay, se encontraba lejos de su familia el día de los hechos. “Veía cómo se juntaban los cerros, cómo se caían las casas en Sihuas y eso está lejos de Yungay, pero se sintió”, cuenta como si reviviera en el momento la tragedia.
Las carreteras y puentes a Yungay fueron fuertemente afectados y esto imposibilitó el paso. “Venían [a Sihuas] los helicópteros a dejar comida, ayuda, pero no había forma de salir”, detalla Hernán. Después de varios meses él logró movilizarse a Yungay con la esperanza de encontrar a su familia con vida, pero lamentablemente el panorama que encontró fue desolador. “Yo perdí a 48 familiares”, lamenta.
Hernán Arias, sobreviviente del terremoto del setenta y actual presidente del parque Yungay.
Yener, Elizabeth y Hernán lo perdieron todo. No tenían a dónde ir o a quién llamar para conversar; su familia se había ido. Comenzar de cero era lo único que les quedaba y pedir asilo a familiares en la capital mientras trataban de rehacer sus vidas con la familia que quedó.
Estos tres sobrevivientes, junto a otros, llegaron a la urbanización San Silvestre con mucho esfuerzo y un deseo en mente que finalmente se convirtió en realidad: rendir homenaje a su ciudad. Es así que nace la plaza que los recibe año tras año, donde pueden caminar libremente y sentir, por un momento, su estancia en el mismo Yungay. Una plaza que además de guardar esperanza, recoge las lágrimas y pasos perdidos de estas personas que al día de hoy lloran sus pérdidas.
Fuente: El Comercio