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Lo que mueve la aguja

“Preocupa que la sola alusión a la inversión privada genere tantos fantasmas en los responsables de promoverla”.

Parte del desasosiego que dejó el discurso presidencial del 28 de julio, en lo que respecta a retomar el crecimiento económico con la urgencia y la velocidad que se requiere ante la palidez de las cifras, se debe a que escatimó el peso que tiene la inversión privada.

La explicación es política. Un gobierno con escaso oxígeno y poca autonomía de vuelo (salvo la mayoría congresal que lo respalda, pero que, a su vez, goza de menos aprobación que este) no puede convertir públicamente al capital privado en un aliado clave, dándole el gusto a sus enemigos radicales con eso del “gobierno de ultraderecha aliado de todos los males”.

Más aún en una coyuntura de denodados intentos de dichos sectores por erosionar la limitadísima base de apoyo social de la gestión de Dina Boluarte y mientras, literalmente en simultáneo al discurso de la mandataria, las imágenes por TV mostraban a grupos de manifestantes enfrentándose a la policía para provocar, una vez más, algún saldo trágico que enarbolar.

Ante esta extorsión política, la presidenta prefirió replegarse. Sin embargo, no deja de preocupar que la sola alusión a la palabra “inversión privada” y su defensa abierta, necesaria y coherente generen tantos fantasmas en los principales responsables de promoverla.

Una de las cosas que más llamó la atención del extenso y desarticulado discurso es que las cifras de inversión pública no solo se reiteraban, sino que pretendían generar la asociación a una lluvia de millones por parte de ‘papá Estado’, vía una larguísima lista de obras y proyectos.

En un contexto fiscal débil como en el que nos encontramos, esta invitación a una fiesta interminable hacía mucho ruido y preocupación, pero, además, con la evidencia de que su impacto es muy pobre en el PBI.

Lo lógico hubiera sido atender el relanzamiento de proyectos privados de envergadura no solo por sus efectos en el empleo formal, la recaudación tributaria y el encadenamiento productivo, sino también porque son los factores que pegan directamente en la reactivación: aquello que mueve la aguja.

La esperanza es que lo dicho en el párrafo anterior sea parte de la convicción del Gobierno y, en tal sentido, se cimente la estabilidad política y jurídica como condición básica para lograr mejores resultados. Que el Ejecutivo (por sus circunstancias) no lo diga, pero sí lo haga. O, como dijo la propia presidenta, hechos y no palabras.

Fuente: El Comercio – Mario Saldaña

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