“Si dejamos de cocinar un día, ancianos, niños, adolescentes, madres solteras, vecinos desempleados, no comen”.
Son las ollas comunes un símbolo de resistencia de las mujeres que asumen un rol activo en su comunidad y responden al hambre con una iniciativa práctica, con solidaridad, con cariño, con amor real al prójimo, con esperanza. Enfrentando problemas eternos como el acceso al agua, el trabajo diario se ha mantenido, convirtiéndose en prioritario para la sobrevivencia de miles de gentes, a pesar de que recién en agosto aparecieron en el radar del gobierno, habiéndose creado en abril.
Aurora Ayala, responsable de la Olla Común de Bellavista, en Villa María del Triunfo, refiere indignada: “Si dejamos de cocinar un día, ancianos, niños, adolescentes, madres solteras, vecinos desempleados, no comen”.
La crisis política y la poca visibilización de las necesidades alimentarias que aún persisten han provocado que las donaciones de víveres se reduzcan un 80%, refiere Gianina Meléndez, del Colectivo Manos a la Olla, integrado por 6 mujeres que trabajan con 4 ollas comunes y generan cadenas de solidaridad para apoyar a 6 ollas comunes más.
Gianina cree que lo único que salvará al mundo “es la colectividad y la unión” y en eso pone fuerza y energía. Esperemos que el Proyecto de Ley 3803, que modifica la Ley N° 27972, Ley Orgánica de Municipalidades y la Ley N° 29792, Ley de Organización y Funciones del MIDIS, aprobado por el Congreso, sea promulgado en breve y su proceso de implementación vaya a la par con la necesidad y la emergencia alimentaria que viven miles de peruanos.
El Proyecto de Ley declara de “interés nacional y preferente atención la asignación de recursos públicos para optimizar la labor y atención alimentaria” que brindan los comedores y las ollas comunes, en particular. “Se reconoce su aporte como principales organizaciones de base y de emprendimiento ante la crisis social y económica generada por el coronavirus en el país”, precisa el documento. Esperamos que el derecho a la alimentación no sea letra muerta.
Escribe: Sonaly Tuesta – La República