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El derecho a la salud, educación y alimentación

A la que deberían tener acceso todo ciudadano está garantizado en la Constitución Política de nuestro país, derechos estos que en esta emergencia sanitaria han mostrado la fragilidad de un Estado que siempre fue indiferente a políticas de salud, educación y alimentación.

Por eso vemos hospitales colapsados, falta de medicinas en farmacias y lo más dramático son los altos costos de la hospitalización en clínicas. Son miles de alumnos que por carecer de acceso a la tecnología ven frustrados su formación educativa primaria y secundaria. Aquí estamos hablando del futuro del país.

Son más de 120 mil millones de soles, según versión de la propia ministra de economía, que el Gobierno ha destinado para afrontar esta emergencia sanitaria y reactivar diversos sectores económicos. En esta importante suma de dinero, destinada para atender la emergencia sanitaria no se conoce de inversión alguna de parte del Gobierno en la construcción de un hospital. San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado del país, lleva años esperando la construcción de su hospital Nivel III. Carabayllo, el distrito más grande de Lima con 449 años de fundación histórica, no cuenta con un hospital ni siquiera un centro materno infantil.

Ojo, no es lo mismo hacer inversiones en hospitales de campaña que construir una infraestructura hospitalaria. Esa es la realidad.

Hago está introducción, para resaltar el trabajo de un grupo de personas, ronderos urbanos ellos, bien organizados que recorren día a día, noche a noche para ayudar a tanta gente pobre que se ubica en los asentamientos humanos establecidos en la cadena de cerros que rodean el distrito de Comas y todo Lima norte.

Bernardino Retamozo, un humilde poblador del asentamiento humano Jordania del sector Año Nuevo, padre de dos hijos es el que lidera todas las acciones de campo, a él se le conoce como “el ángel de los cerros” quien, acompañado de otros ronderos, cargando su medicina natural e inhaladores artesanales alivia los males de gente muy humilde que habita en esos asentamientos humanos sin luz ni agua.

Son 17 ollas comunes que se han establecido en igual número de asentamientos humanos, todos organizados por los ronderos urbanos, que atienden a cientos de familias con las donaciones que consiguen de parte de gente bondadosa y de la misma municipalidad de Comas, pero sienten que el apoyo es insuficiente.   

Es aquí, donde se nota la ausencia del Estado, gente humilde y pobre que no les llega bonos ni canasta alguna. Son gente que viven estresados, angustiados por la falta de dinero, alimentos y medicinas, sin trabajo. Ellos, los pobres de los asentamientos humanos, saben que de llegar a un hospital e ingresar, afectados por la COVID-19, se les alejará de sus familias y por eso prefieren aislarse en algún rincón de sus humildes viviendas y en muchos casos esperar la muerte, sin ayuda alguna. Esto no se puede permitir.

Y reitero, el drama es mayor para cientos de niños y jóvenes sin oportunidad de poder continuar sus estudios primarios y secundarios porque sus viviendas carecen de luz eléctrica y a duras penas mediante un celular mientras dure su batería, siguen con avidez la educación virtual, que ofrece el Estado.

Esperemos que esto cambie, la lección es dura para el país y nuestras autoridades. Son miles de fallecidos y contagiados a la fecha, lo que demuestra la tamaña irresponsabilidad con la que se ha conducido la emergencia sanitaria. Es hora de rectificarse, pensando en la vida, en la gente y sobre todo en el futuro del país, cuya estabilidad económica se encuentra sumamente debilitada donde empiezan aparecer los reclamos de un sector laboral que en está emergencia sanitaria, ha perdido más de un millón de puestos de trabajo.    

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