En nuestra tradición republicana, el mercantilismo como cultura política, siempre estuvo asociado a la preeminencia del estado oligárquico hasta mediados del siglo pasado; en las elites económicas y políticas de las últimas décadas, cuando el desarrollo del capitalismo se hizo abiertamente predominante. Aquella frase que dice, “para mis amigos todo y para mis enemigos la ley”, condensa de modo popular esta tradición, pero en sentido estricto el mercantilismo se define con mayor rigor, como la utilización de la ley y el estado por parte de los grupos de poder, para beneficio propio.
El mercantilismo tradicional de antaño, por lo menos cuidaba las formas, se ocultaba en un discurso ilustrado y muchas veces con vocación redistributiva, para validar su presencia como cultura de gestión en el estado y en la labor parlamentaria. Pero, el mercantilismo actual, en una sociedad donde la choledad se ha hecho predominante, en casi todas las esferas de la sociedad, de la economía, de la cultura y la política, tiene otras formas de expresarse. Es el sincretismo de una prolongada sociedad informal, ausencia de un sistema político moderno y el reflejo de la baja calidad educativa, donde hay sectores que han crecido, hecho riqueza en la sociedad, para luego emerger a las altas esferas de poder. Es un fenómeno de regresión que se entremezcla también con una alta dosis de conservadurismo, en lo que se refiere a la educación sexual y los derechos civiles de última generación.
Se trata de una vertiente de mercantilismo de segunda generación, pero más chusco, desembozado, pero, por eso mismo, más vulnerable a la crítica. El ejemplo más patético es la forma como una coalición variopinta de izquierdas, derechas y fuerzas centristas, están logrando erosionar la reforma universitaria y debilitando la SUNEDU. Un comportamiento reiterado, cuando en el Ejecutivo o en el parlamento se aprueban decretos o leyes de exoneraciones tributarias, prorroga de contratos ley y normas sectoriales para beneficio de algunos grupos empresariales. Muchas veces, ese mercantilismo se disfraza de social, como ocurre, por ejemplo, con los intentos de aprobar una ley que permita al Grupo Gloria, volver a producir un producto supuestamente de leche evaporada, pero con leche en polvo importada. El lema de esos sectores parece ser, “no importa que estas leyes sean impopulares, lo que vale es que beneficien a nuestros negocios”.
La chusquedad de ese mercantilismo, es tan desembozado y mediocre que llega incluso a borrar las fronteras ideológicas y optar por alianzas descaradamente impopulares y contra el sentido común, ahí donde las bancadas de Perú Libre, Renovación Popular, Fuerza Popular, Podemos y Acción Popular, no tienen ningún pudor para intentar modificar las normas legales electorales, cuando es evidente que son inconstitucionales, toda vez que no se pueden modificar las reglas de juego, cuando faltan menos de 10 días para que se realicen las elecciones internas en todos los partidos políticos. Y, a renglón seguido, esos mismos sectores aprueban norma retrogradas, como si estuviéramos en el siglo XIX, azuzando a grupos religiosos para bloquear la posibilidad que en los colegios se enseñe educación sexual a nuestros hijos.
Si en el mercantilismo del pasado, las elites se cuidaban de ostentar una tecnocracia, con títulos obtenidos en el extranjero o de las mejores universidades del país, para dar la imagen de supuesta probidad a sus pingues negocios o latrocinios que, después hemos conocido; ahora este rancio mercantilismo de las izquierdas y derechas, no tiene ningún escrúpulo en poner en los puestos principales del estado a personajes de muy dudosa calidad o que tienen antecedentes de ser ex pésimos funcionarios en instancias de menor nivel en el estado.
Pero, ¿cómo así hemos llegado a esta situación? ¿Por qué en amplios sectores del espectro de las derechas, de fuerzas centristas o de las izquierdas no encontramos una nueva generación de profesionales o políticos que pongan por delante la calidad, la probidad y la productividad como practica social y política? Creo que aquí si se cumple aquel aforisma que dice, “a veces la política se muestra claramente como la expresión concentrada de la economía y la cultura”. Y es que, el mercantilismo actual, de raigambre popular tiene sus orígenes en cuatro fuentes de surgimiento y reproducción social: Primero, la alta y prolongada informalidad en la economía, aquella que tamiza un comportamiento cultural de hacer negocio a como dé lugar, evadiendo la ley, actuar al filo de ella o no pagando impuestos. No olvidemos que muchos líderes políticos provienen del mundo empresarial, han sido alcaldes o han creado universidades o institutos de dudosa calidad. Son sectores acostumbrados a una forma de concebir en que consiste ser emprendedor, una palabra que, dicho sea de paso, ha sido muy idolatrada, hasta en los medios académicos. La verdad es que hay emprendedores y emprendedores.
La segunda fuente, se origina en el enorme vacío que deja en la sociedad, el fracaso o la degradación de tendencias ideológicas como el aprismo, las izquierdas y el socialcristianismo. Si el APRA hubiera procesado otra metamorfosis, como un partido moderno y socialdemócrata, manteniendo el arraigo social que tuvo durante gran parte del siglo XX, su influencia sobre la política sería diferente. Si el PPC se hubiera acercado, por lo menos, al socialcristianismo chileno y de otros países, también hubiera influido en cimentar una nueva clase política y tecnocracia social. Si las izquierdas hubieran construido un estado mayor, una fuerza unificada y un partido de masas, con un discurso y programa renovado, no hubieran surgidos esperpentos, con una seudo fraseología radical como el caso de Pedro Castillo. Es pues, el fracaso y el agotamiento de estas tendencias ideológicas las que han dejado un enorme vacío, el cual es llenado, crecientemente, por grupos mercantilistas de origen popular.
La tercera fuente, es nuestro fallido sistema educativo y la mercantilización de la educación, situación que incluye la formación de los institutos militares. Se supone que el producto histórico social de una sociedad bien formada, desde los estamentos inferiores del sistema de enseñanza, es la creación de nuevas élites, tanto en el plano de la política, la burocracia civil, en el mundo de la cultura y, por cierto, en el ámbito de la ciencia. Todo parece indicar, sin embargo, más allá de los valiosos profesionales y líderes que podemos encontrar en las diversas tendencias ideológicas, que en la sociedad se ha hecho predominante una mayoría social que actúa como soporte de esta nueva versión de mercantilismo, con sus diversas expresiones y pelajes. Me pregunto, refiriéndome a los militares ahora metidos en política, ¿Qué han dejado de hacer los institutos militares para tener ex militares tan mediocres en el parlamento? ¿Por qué no tenemos a líderes militares de la estirpe del General Mercado Jarrín, por ejemplo, o de otros surgidos en el CAEM en los años 70?
La cuarta fuente, es la influencia conservadora de las iglesias evangélicas sobre la sociedad y, sobre todo, en sectores populares. Una muestra es la alta hipocresía que entremezcla ese afán de utilizar la ley para beneficio de algunos sectores, con los intentos de derogar el enfoque de género para retroceder casi un siglo. En este caso, queda claro que el avance conservador se produce con una alta población con educación de baja calidad. En sociedades con alto nivel educativo, es muy difícil que una prédica restauradora que bloquea la posibilidad que el estado participe de la educación sexual, tenga asidero. Eso solo ocurre, cuando los bajos estándares educativos, permiten ideas trasnochadas, como aquella que señala que porque el estado, le enseña a los niños a tolerar a las minorías sexuales, eso provocaría la homosexualización de los niños. Un pensamiento realmente retrogrado, que pone al Perú, como uno de los países más conservadores de la región.
Si ahora no tenemos propiamente una clase política, en el sentido estricto de esta categoría, es porque desde la sociedad no han surgido sujetos sociales que den sustento a una transformación del estado y nuestro sistema político. Me pregunto, ¿Dónde están los estudiantes cuando el parlamento atenta contra la reforma universitaria? ¿Por qué no se movilizan o no se pronuncian? ¿No será acaso que en el promedio común de una mayoría de jóvenes universitarios tampoco se quiere un sistema universitario exigente? ¿Por qué no actúan las asociaciones de docentes en las universidades estatales? En todo caso, dejo la pregunta planteada.
Escribe: Neptalí Carpio Soto – periodista