“Los incentivos tributarios son siempre una mala idea”.
Era un domingo apacible hasta que llegó “Semana económica” con entrevistas a los ministros Juan Carlos Mathews y Raúl Pérez-Reyes, titulares de Comercio Exterior y Turismo y de Producción, respectivamente. Uno proponía incentivos tributarios para la filmación de películas extranjeras en el Perú y las inversiones foráneas en el sector forestal; el otro, incentivos tributarios para la industria textil.
Los incentivos tributarios tienen un efecto visible que los hace parecer exitosos, pero también un efecto invisible que los hace perjudiciales para el país. Veamos, como quien dice, la sinopsis de una de esas películas extranjeras.
El productor saca sus cuentas. El costo de filmar algunas escenas en esta hermosa tierra del sol es US$1 millón mayor que el de filmarlas en Nueva Zelanda. El ministro, preocupado, lo llama para explicarle que el gobierno ha aprobado una exoneración tributaria con la que se va a ahorrar millón y medio. El productor rehace sus cálculos y contesta entusiasmado: “Muchas gracias, señor ministro. Esto va a ayudar mucho a los pobres del Perú”. Cuelga y murmura: “…a los ricos de Hollywood, quise decir”.
Evidentemente, la exoneración tributaria no reduce el costo de filmar esas escenas aquí. Con o sin exoneración, la cantidad de actores o “extras” es la misma; los jornales y los viáticos son los mismos; los gastos en vestuario y maquillaje, en alojamiento y movilidad también son los mismos. Lo único que hace la exoneración es trasladarle una parte del costo al fisco. Filmar no cuesta menos. Le cuesta menos al productor, sí; pero solo porque el Tesoro Público carga con el resto.
¿Y cómo ayuda eso a los pobres del Perú? El millón y medio de dólares que el fisco deja de cobrar reducen el presupuesto disponible para equipar hospitales; para darles sábanas y medicinas a los pacientes; para poner agua y luz en los colegios. Un ‘remake’ de tantas malas películas que ya hemos visto.
El principal argumento con el que se defiende las exoneraciones y demás incentivos tributarios es que generan un efecto multiplicador: los jornales que reciben artistas, asistentes y auxiliares se usan para comprar bienes y servicios a otras personas que, a su vez, compran más bienes y servicios, y así sucesivamente. Pero el efecto multiplicador funciona también a la inversa: las remuneraciones que los médicos, enfermeros y técnicos dejan de recibir cuando las exoneraciones reducen el presupuesto de salud significan que dejarán de comprar bienes y servicios a otras personas que, a su vez, tendrán que dejar de comprar otros bienes y servicios, y así sucesivamente.
Otro argumento para casos particulares como este es que la exoneración es una inversión publicitaria que hace el país para mostrarse al mundo y atraer más turistas. La idea es que millones de espectadores saldrán del cine ansiosos por conocer el Perú. Pero no hay antecedentes que lo demuestren. Si echamos una mirada a las cifras del Mincetur, veremos que el rally París-Dakar que, curiosamente, se corrió aquí en el 2013 no cambió la tendencia de la llegada de turistas extranjeros.
Los incentivos tributarios son siempre una mala idea. Ojalá el ministro de Economía y Finanzas, Alex Contreras, haga honor a su apellido –y a su segundo nombre, si no fuera mucho pedir– y se oponga tajantemente.
Fuente: El Comercio – Iván Alonso