Viajar en la Línea 1 del Metro de Lima es, sinceramente, sacarse la lotería de Lima y Callao, como se decía antiguamente. Los trenes son de última generación. Es como viajar en los metros de las ciudades del primer mundo. Rapidez, seguridad, frecuencia regulada, aire acondicionado, entre otras ventajas que pude disfrutar a raíz de mis viajes por las campañas a las elecciones municipales de octubre pasado.
Llega usted a la Estación Bayóvar, en el super distrito de San Juan de Lurigancho, y al salir se encuentra con espectacular hormigueo de gente, vendedores ambulantes, mototaxis, taxis, colectivos, combis, custer y demás vehículos habidos y por haber.
Para seguir el viaje desde allí hacia su destino final, donde se encuentra ubicada su precaria vivienda, lo más natural es tomar un mototaxi. Este vehículo ligero es una especie de “PRIMO HERMANO” de los trenes del Metro. Ambos sistemas vinculados (Multimodal) se dan la mano entre sí para trasladar a los viajeros.
La diferencia entre el confort y la seguridad del Metro no admite ningún punto de comparación con el mototaxi. En este último tiene que estar agarrado permanentemente al asiento del vehículo. Parece la ruta Dakar. Los baches lo hacen rebotar del asiento con el peligro de golpearse la cabeza en el techo. La verdad es que la marcha es un peligroso zigzagueo que puede provocarle una crisis de nervios y hasta un infarto.
Pero, dentro de ese dramático cuadro, los mototaxis suben por las empinadas quebradas hasta llegar a las cumbres de los cerros donde se asientan peruanos de cero recursos. Qué impresionante es fijar la mirada sobre ese paisaje de techos precarios de mucha pobreza, que seguramente darán paso, en algunos años, a viviendas de material noble.
A lo largo de mi vida reporteril, iniciada en la década del 60 en el diario La Prensa de Lima, que dirigía Don Pedro Beltrán Espantoso, pude ver el crecimiento migratorio de distritos como Independencia, Comas, Carabayllo, San Martín de Porres, Puente Piedra, San Juan de Miraflores, Villa El Salvador, entre otros, en los que los pobladores se apoderaron de laderas y quebradas e instalaron viviendas de esteras, plásticos y cartones.
Por medio de jornadas comunales incendiaban llantas para calentar las rocas de las quebradas y con el uso de combas y barretas hacerlas añicos con miras a emparejar el piso, abrir calles, hacer zanjas para el tendido de redes de agua y desagüe.
El paso de los años ha convertido a esos distritos en urbes tal vez olvidadas, que pasaron de las esteras a viviendas de material noble. Así sucederá con San Juan de Lurigancho. Gigantesco distrito con millón y medio de habitantes en proceso de transformación. El Metro y el Mototaxi son el presente. El futuro apunta hacia el teleférico (que alimentará al Metro) y las escaleras eléctricas tipo Medellín. Por allí va la mano. Será necesario que las autoridades se unan para financiar esas obras y al Congreso de la República también le corresponde apoyar.
Escribe: Julio Alzola Castillo – periodista