Fascinados por su nuevo poder, los congresistas de estreno se han lanzado a ejercerlo sin precauciones sanitarias ni asistencia especializada.
“¡A nosotros nadie nos contagia!”. “¡A nosotros nadie nos ilustra!”. Tales parecerían ser los gritos de guerra que los nuevos congresistas se han estado repitiendo para sus adentros en las últimas semanas, y ya vemos los resultados: tres de ellos –hasta el momento– infectados por el COVID-19 y cerca de cien votando a favor de la suspensión del cobro de peajes y de la posibilidad del retiro del 25% de los fondos personales de las AFP, dos medidas populistas e irresponsables como pocas.
Queremos ser claros: en esta pequeña columna estamos convencidos de que mejor estamos con Parlamento que sin él (por aquello del equilibrio de poderes como ingrediente indispensable para el funcionamiento de la democracia) … Pero vaya que hay representaciones nacionales que hacen difícil la defensa de ese principio. La anterior fue una de ellas. Y la actual se perfila con fuerza para sumarse a la lista.
En su mayoría, los legisladores elegidos en enero fingen estar preocupados por la necesidad de la cuarentena y el cumplimiento de las recomendaciones sobre la distancia con el prójimo cuando hace falta suspenderla. La verdad, sin embargo, es que cuando tales restricciones chocan con la ostentación de sus atributos regios tienden a mandarlas sumariamente al cuerno. El 16 de marzo, por ejemplo, al término de la ceremonia en que juraron sus cargos, muchos de ellos se abrazaron con una, digamos, alegría contagiosa. En esa fecha, cabe recordar, el presidente ya había declarado la emergencia nacional y el aislamiento social obligatorio.
Según entendemos, el temerario gesto se repitió el 3 de abril, aunque de manera más acotada, tras la votación en que se aprobó el ya mencionado proyecto de ley sobre las AFP. Y felizmente a nadie se le ocurrió aderezar la celebración haciendo sonar un tondero por los parlantes del hemiciclo, porque había en la sala varios fulanos capaces de sacarse las tabas y reventar el piso al son de “La gripe llegó a Chepén” sin siquiera darse cuenta de la ironía.
Desconcentrados de oficio
En lo que concierne a esta última sesión, los despropósitos fueron en realidad numerosos. En primer lugar, ya existía el marco normativo para que la reunión fuera virtual y, pese a ello, la Junta de Portavoces determinó que fuera presencial. El acuerdo fue que concurriesen a ella solo 70 congresistas (suficientes para hacer mayoría), por lo que decidieron llamarla “desconcentrada”: una aclaración innecesaria, porque todos sabemos que en ese foro difícilmente se concentran.
Sea como fuere, lo cierto es que terminaron asistiendo a la plenaria 77 legisladores, 16 de los cuales no tendrían que haber estado allí, pues en el arqueo hay que considerar que el Frente Amplio no envió a ninguno de sus representantes y que el Partido Morado solo envió a dos.
Entre los presentes, además, se contaron Felipe Castillo (Podemos) y Fernando Meléndez (Alianza para el Progreso), dos de los tres parlamentarios que han dado positivo en la prueba del coronavirus y que, evidentemente, para entonces ya estaban infectados. Por último, y por si eso no fuera suficiente, Meléndez participó también en las tres Juntas de Portavoces de la semana pasada, así que quienes se sentaron junto a él en esas oportunidades han de estar evocando algunas ramas de su árbol genealógico cada vez que se les escapa una tosecilla.
La sesión de marras fue asimismo ocasión de la aprobación de los proyectos de ley sobre la suspensión del cobro de peajes y los retiros de fondos pensionarios de los que hablábamos al principio: un trance en el que los parlamentarios se mostraron de nuevo desdeñosos, semejantes a los dioses; solo que esta vez ya no frente a las precauciones sanitarias que debemos observar los mortales en estos tiempos, sino con respecto a la información especializada que les habría hecho falta para tomar decisiones meditadas sobre tan delicados asuntos.
Los congresistas no pueden ser especialistas en todo. De hecho, entre nosotros suelen encarnar, más bien, la figura inversa. Pero a propósito de las normas que nos ocupan no solo desoyeron lo que tenían que decir los expertos, sino que las exoneraron del paso por comisiones. ¡A quién le importa saber si una medida puede afectar la economía del país o acarrearle al Estado peruano arbitrajes que con seguridad perderá si con su aprobación se puede cosechar aplausos o votos tumultuosos!
Y en estas irresponsabilidades todas las bancadas han sido solidarias, porque hasta la del Partido Morado, que supuestamente era la organización que había hecho su tarea durante la campaña e iba a conducirse como una estructura coherente una vez dentro del Congreso, a la primera de bastos, votó dividida por el jaloneo demagógico.
“He escuchado al pueblo que necesita su dinero”, recitó la legisladora Carolina Lizárraga cuando se le preguntó por qué no había actuado en consecuencia con la postura anunciada por su partido sobre el retiro del 25% de los fondos de las AFP (“es una pésima apuesta económica”, había expresado la organización liderada por Julio Guzmán días antes en un pronunciamiento público). Y lo fino de su audición anticipa un pronto pase al retiro de cualquier programa o ideario al que se haya comprometido antes.
Cfr. Hombre Araña
Lo que se observa pues, en general, es que, fascinados con su nuevo poder, los recién estrenados congresistas se han lanzado a ejercerlo sin recaudos. Ni los que ordena la emergencia sanitaria, ni los que aconseja la limitación del conocimiento de la que todos somos hijos. Como en el cuento del aprendiz de brujo, les interesa más la gratificación momentánea de la magia que les es dado ensayar ahora que las consecuencias de tanto sortilegio arrogante y desinformado mañana.
Sabemos que son un tanto alérgicos a la bibliografía, pero por lo menos podrían revisar unos cómics del Hombre Araña y aprender aquello que Peter Parker sabe de memoria: que el poder de todo tamaño conlleva siempre una gran responsabilidad. O algo así.
Escribe: Mario Ghibellini – El Comercio