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La resiliencia de las ciudades en tiempos de pandemia

Las ciudades más resilientes ante la crisis son, por un lado, las que apostaron a la conectividad y a promover factores productivos ligados a las nuevas tecnologías y a los empleos del futuro.

La pandemia nos enfrenta a la idea de si sabremos ser resilientes ante esta novedad y lleva a preguntarnos cuán rápido se adaptarán las ciudades al nuevo escenario global. Las ciudades más resilientes ante la crisis son, por un lado, las que apostaron a la conectividad y a promover factores productivos ligados a las nuevas tecnologías y a los empleos del futuro. Por otro lado, hay algunas ciudades que tomaron la crisis como oportunidad para transformarse en sentidos positivos. Es el caso de Milán, epicentro del coronavirus en Italia, que está adoptando como estrategia de levantamiento de la cuarentena la restricción de circulación de autos particulares y la promoción de la caminabilidad y la bicicleta. Ante la imposibilidad de uso del transporte público, que generaría un vuelco masivo de la población hacia el auto particular, se tomaron medidas tendientes a evitar la sobrecarga vehicular, convirtiendo en ciclovías espacios que eran para el automóvil.

Apostar al aprendizaje jugará un rol central en este sentido. Los protagonistas de los procesos de transformación, en las ciudades que conocemos, venían siendo los gobiernos: definían desde qué obras de infraestructura se hacían hasta cómo, cuándo y dónde crecía la urbe. Sin embargo, en las ciudades más modernas del mundo, el protagonismo está empezando a ser de los ciudadanos, que lideran procesos de transformación social, urbana y política.

En nuestra región, el aprendizaje de las nuevas generaciones está encontrando sus propios caminos. Los niños de nuestras ciudades se encuentran en garajes a aprender programación por tutoriales de YouTube: el aprendizaje se está dando en ámbitos novedosos, con lenguajes nuevos, donde la tecnología está transformando todo a gran velocidad por medio de actores que los Gobiernos, en general, desconocen.

Por otra parte, las próximas generaciones tendrán una relación con el medioambiente radicalmente distinta de la que supimos construir, lo que va a cambiar dramáticamente la forma de producción local y los hábitos de consumo. ¿Estamos adaptando nuestras ciudades a las generaciones que vienen?

Las ciudades argentinas se caracterizan mayormente por sus dinámicas de crecimiento acelerado de la mancha urbana en contextos de falta de planificación del diseño urbanístico. El resultado de esto son déficits crónicos en la dotación de infraestructura y servicios.

Esa dinámica del crecimiento urbano actual produce ciudades con muy mala calidad de vida: contaminadas, inseguras, con serias dificultades para generar oportunidades para el mundo que viene. Es importante tener claro que la misma forma peculiar de construcción de ciudad genera un conjunto de dificultades que afectan a las estrategias de inserción en los mercados de trabajo globales y a las propias posibilidades de desarrollar una estrategia innovadora para formar habilidades para los empleos del futuro.

Las ciudades que se denominan inteligentes trabajan en la resolución de los problemas urbanos poniendo siempre a la gente en el diseño de sus políticas, sofisticando movilidad, espacio público, infraestructura básica, conectividad, educación, etc. Esto parecería ser una obviedad, pero no es la regla general. Por ello, es en este tipo de ciudades donde más probablemente se desarrollen estrategias de aprendizaje innovadoras.

En las ciudades argentinas, estamos ante el interrogante de si vamos a construir ciudades para la gente o vamos a priorizar al automóvil, la producción, u otros factores. Y el contexto particular que vivimos nos lleva a preguntarnos si no estamos ante una enorme oportunidad para dar vuelta la taba.

Tal vez, este momento de parate global, de necesidad de uso super intensivo de las comunicaciones, nos permita pensar en qué ciudades tenemos, qué dinámicas les dieron el formato actual y si es posible ir hacia ciudades que se adapten a las construcciones colectivas. Se trata de adaptar la ciudad a la gente. Sobran pruebas para demostrar que los ciudadanos se adaptan rápido a la revolución tecnológica, y los niños más rápido que el resto de la población. Las distintas expresiones de la política tienen dos caminos en lo que respecta a ese futuro: apalancar la adaptación, o ser un actor pasivo. De allí resultará su suerte en las sucesivas elecciones.

Estamos acostumbrados a ver a la política resolviendo los temas urgentes. Lo urgente, en general, prevalece sobre lo importante, y hoy lo urgente es la pandemia. Sin embargo, siempre va a haber otros urgentes, otras pandemias. Además, si entendemos que las ciudades son cuerpos vivos, con procesos dinámicos que están siendo liderados por los ciudadanos, hay que pensar que en las próximas décadas la política versará en saber leer esos procesos e incorporarlos a los sistemas de tomas de decisiones.

Si miramos estudios sobre hábitos y preferencias de los millennials, observamos que esta generación, así como las que vienen después, ya no desean tanto ser propietarios, sea de un piso, un automóvil, u otros bienes que supieron determinar y configurar el estatus social de nuestra generación y la de nuestros antepasados. Además, consultados sobre qué aspectos determinan la elección de una ciudad en la que desearían vivir, resaltan la calidad del espacio público, la eficiencia del transporte público y la oferta educativa y cultural como los principales activos. Las ciudades en las que vivimos hoy fueron construidas para las necesidades de los automóviles, del mercado inmobiliario, y de las formas de producir y comerciar propias de la revolución industrial. Hoy, ante la cuarta revolución productiva, ¿qué ciudades estamos construyendo? ¿Para quiénes? El 75% de los empleos de los próximos años aún no se ha creado, no sabemos cuáles van a ser. Entonces, ¿cómo nos preparamos para eso?

La actual revolución tecnológica implica un salto cuántico, un cambio tan radical y veloz que generará que aquellas ciudades que no se ejerciten en la resiliencia profundicen los actuales problemas que vienen arrastrando. La promoción de la economía colaborativa, la proliferación de espacios de Coworking, de espacios de fabricación digital (Fab labs o makerspaces) y de formación de habilidades steem, el teletrabajo, las estrategias de Design Thinking en las organizaciones de gobierno y la digitalización del comercio, el trabajo o las organizaciones son algunas de las estrategias y horizontes hacia los que algunas ciudades están yendo. Desde luego, no son los únicos, pero son en todo caso diseños preferibles a perdurar en la inercia que llevó a las ciudades actuales a ofrecer malas condiciones de vida.

De algo podemos estar seguros: vamos inexorablemente hacia una Economía Circular. No por conciencia, sino por fuerza. La sostenibilidad es un concepto que llegó para quedarse. Se va a ir imponiendo ciudad por ciudad, pues el actual modelo de consumo y depredación de los recursos del planeta tiene un límite material. No hay, no va a alcanzar para todo y para todos.

Estamos asistiendo a un cambio de paradigma: de consumir todo lo que se puede, se pasará a ir por lo indispensable, a elegir comercios de proximidad para reducir la huella de carbono. Vamos hacia una problematización de los métodos de siembra y de los alimentos que consumimos, como parte de un proceso en el que se están sofisticando más y más los patrones de consumo en todo el mundo. Las ciudades deberán empezar a orientar la oferta de educación, formal e informal, hacia un mercado de trabajo que va a ser radicalmente distinto, va a ser otro y, por primera vez en la historia, va a estar fuera de los límites de la ciudad.

El desafío, entonces, pasa por acortar la brecha entre lo que está demandando el sistema productivo y los recursos que se están gestando en el sistema educativo formal (escuelas y universidades). Habrá que preparar para esas demandas a los ciudadanos, ya que serán quienes lideren las transformaciones urbanas en ciernes. Y esta es la tarea más importante que tienen los gobiernos urbanos: trabajar por adaptar las ciudades a ciudadanos que se están transformando velozmente por la revolución tecnológica.

Nos encontramos en un escenario mundial de rápida urbanización y disrupciones que cambian drásticamente la vida urbana. Vivimos en un mundo que replica procesos productivos de la era de la primera revolución industrial, consumiendo más recursos de los que la tierra posee y comprometiendo seriamente la sustentabilidad del planeta. Esa extrema industrialización convirtió a las ciudades en las más voraces consumidoras de materiales, las que más recursos energéticos demandan y las que más basura generan. Ahora se agrega a este panorama la pandemia del Covid-19, una novedad que complejiza aún más el escenario.

Urge entonces volver a imaginarnos a estas ciudades y el modo de operarlas. Habrá que buscar la construcción de ciudades resilientes, productivas y autosuficientes, que estén a la altura de lo que permite y posibilita la 4ta revolución productiva. Ese proceso exigirá la capacidad de generar conocimiento y producir energía y alimentos, entendiendo el flujo de las mercancías para reducir la huella de carbono. Mientras la gran mayoría de las ciudades se debate aún sobre si apostar o no a la tecnología, el actual confinamiento en nuestros hogares pone de manifiesto, más que nunca, la necesidad de conectar a los ciudadanos, de resolver problemas a la distancia y poder hacer circular ideas, servicios y mercancías de otro modo.

Fuente: Ámbito

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