Los sindicatos, comandos, agrupaciones de transportistas, como antaño los choferes agrupados, están dando clases de militancia en busca de la derogación de las absurdas leyes represivas dictadas por el Congreso. Reivindicando viejas tradiciones de combate popular, masas indignadas han salido a la calle.
El solo hecho que las muy desacreditadas voces del oficialismo vía su primer ministro, policía y fuerzas armadas, pretendan con terminología gastada, plena en canas anacrónicas, desprestigiar la efectividad de las marchas, CONFIRMA sus éxitos.
Imposible saber si en las próximas horas los lenguaraces ignaros del Congreso se allanarán a los reclamos de las bases. Pero sea que sí o que no, los fundamentos para el planteamiento de nuevas luchas y reivindicaciones, han salido a flote con franqueza y mucha valentía.
¿Quién le habrá dicho al marino Montoya que puede gritar y aprovecharse de su episódico título de parlamentario? El líder gremial le contestó con voz firme y gesto seguro. Le recordaron al mediocre oficial que es el pueblo el que paga su otro sueldo y su mandato está sujeto a la fiscalización más estricta posible.
Interesante comprobar que el nadir de los clubes electorales está en modo terminal. ¡Ni Cristo levanta sus modorras o ambiciones minúsculas y personales! No hay revolución, ni cambio radical, menos limpieza en la cosa pública, ¡ni hablar de hacer las cosas bien! Los cabecillas de los clubes sólo desean ser diputados y senadores.
Estructuras añejas, apolilladas por la inmoralidad de dirigentes eternos que viven de los sueldos que servicios instalados venden al usuario, pero cuyos fondos alimentan la hoguera inmensa de una corrupción que no tiene quien la detenga. Los gatos están de despenseros.
¿Convocan gente? Pocos, unos desavisados, para sus marchas derechistas y en pro de metas pequeñas, de feudo personal o complicidad con los mandones de turno. Los clubes exhiben un derrumbe sin atenuantes.
Los transportistas, como todo el resto de la ciudadanía, exige la pacificación del país. Es aterrador y aberrante que sicarios y gatillos locos suban a las unidades y disparen a matar sin ton ni son. Y sólo por el “placer” de meter miedo y dar aviso macabro sobre sus intenciones criminales.
¿Qué ha respondido el gobierno? Que va a comprar una flota de aviones militares por el monto de US$ 3500 millones. ¿Bombardeará a los sicarios con esas aeronaves? Todo indica que no es así y que el interés camina por las fétidas avenidas de la coima y el negociado.
Cuando el pueblo vota con los pies, en sus marchas de protesta, exhibe pundonor, dignidad, decisión. Y así debería ser, en lo posible, como expresión unitaria, disciplinada, firme en pro de las genuinas reivindicaciones populares.
¿Qué Congreso no entenderá que fuera de su precario recinto habrá 100 mil ciudadanos vitoreando sus lemas de lucha, gritando al unísono sus consignas de limpieza, paz y trabajo para la gente? ¿Se atreverán a desafiar un clima absolutamente adverso?
La ciudadanía detesta al Congreso porque lo reputa como entorpecedor, mediocre, inútil ¿se empeñará en darle largas a la discusión o debate que viabilice la derogación de leyes en favor de la criminalidad en todas sus etapas?
Entonces en ese ámbito no tan improbable ¿a alguien se le ocurre negar la explosiva posibilidad que se reúnan las más de 2 millones y medio de firmas para plantear la Iniciativa Ciudadana? El que lo haga no sólo es lerdo sino un caso terminal de estulticia política.
Una movilización masiva, no puede ser de otro modo, para obtener el voluminoso conjunto de firmas, sería la génesis de un estado permanente de expectativa ciudadana. Y el día que toque el debate, la ciudadanía querría felicitar a los legisladores que defendieran la tesis del pueblo. Y ¿por qué no decirlo? también festejar el triunfo popular forjado desde las bases ante sí y por sí.
O de abuchear con pifias a legiferantes de cuya anemia intelectual y pobreza política ¡no hay ni la más mínima duda!
De imperar la sensatez podríase afinar y dar leyes justas y ¡de una buena vez! procurar decisiones positivas. Hay voces que van más allá y propugnan la desaparición del Congreso. Pero eso suena bonito, aunque ciertamente, tiene mucho de demagógico.
El pueblo vota en las urnas. Pero también votará en las calles si se trata de conseguir las firmas en pro de la Iniciativa Ciudadana y contra las leyes pro crimen.
¿Quién se atreve a sostener lo contrario?
Escribe: Herbert Mujica Rojas – Señal de Alerta