“Las poblaciones ya no aceptan la utilización de un discurso que, en su afán de encasillarse en un sector de centro, no expresa mayor consistencia”.
La polarización política que hoy se percibe ya no es característica únicamente de los países en desarrollo; se palpa y se puede constatar en cualquier parte del orbe. Si no, analícense los últimos resultados electorales y las proyecciones de los que se avecinan en el presente año. No hay país que no padezca ello y no estamos hablando de aquellos que no son ejemplo de democracia en los que la polarización les es natural, sino de aquellos que, a pesar de contar con una amplia raigambre democrática, exhiben sociedades totalmente confrontadas y con altos niveles de exaltación.
Muchos analistas atribuyen este fenómeno a la alta migración producida; qué duda cabe de que Francia e Inglaterra son muestra clara de ello, pero no coincido en que este sea el factor detonante de lo que viene ocurriendo, aun cuando no le niego impacto.
Creo que lo que viene sucediendo es que las poblaciones ya no aceptan frases de Perogrullo ni la utilización de un lenguaje y discurso que, en su afán de encasillarse en un sector de centro, no expresan mayor consistencia, lo que se percibe como una ausencia de compromiso o un decir lo que ya se ha dicho en el pasado, sin que se haya plasmado en algo positivo para la población.
Es una suerte de “ya no te creo”, porque tanta agua se le ha venido echando al caldo que este ya no tiene sustancia, ya no sabe a nada, y es, en esa ausencia de planteamientos concretos, que el elector, harto de la mecida, mira a los extremos, olvidando que los populismos –cualquiera sea el sector político del que provengan– siempre traerán al fin de cuentas un resultado negativo y grave, pues terminan alterando la institucionalidad del país y se alimenta la percepción de que lo que se necesita es contar con un caudillo o guía con superpoderes que por su propia determinación podrá cambiar las cosas. Se termina pensando que somos, como decía el expresidente Pedro Castillo, de ingrata recordación, un país en el que hay pobreza pese a ser rico.
Dicha convicción no solo es falaz, sino que fue dicha con el claro objetivo de acrecentar diferencias y fomentar más división entre peruanos. Decimos que es falaz por cuanto no somos un país rico, sino potencialmente rico. Es que, si no aprovechamos el riquísimo mineral que está enterrado en nuestro territorio, no extraemos la valiosísima riqueza pesquera que tiene nuestro mar, no generamos confianza en los turistas que quisieran conocer las bondades que tiene el Perú –pues lo que se muestra es la inseguridad que se padece o la posibilidad de que cualquier día se toma la línea del ferrocarril o se intenta hacerlo con un aeropuerto–, o simplemente no hay cómo salir del país porque las autoridades no han hecho los mantenimientos del elemental sistema de luces de nuestro primer terminal aéreo y nos quedamos sin aeropuerto, seguiremos siendo un país que pierde sus oportunidades y que seguirá siendo potencialmente rico, pero en el fondo pobre.
Los países salen adelante como fruto del trabajo esforzado de todos sus pobladores, atraen inversión que genera empleo cuando son destinos predecibles, en los que hay reglas claras y se puede competir, y en los que la justicia no es una moneda de cambio que responde a direccionamientos políticos.
Fuente. El Comercio – Natale Amprimo Plá es abogado constitucionalista