Es valioso que el Gobierno intente rendir cuentas, pero valdría mucho más si demostrara vocación de enmienda en sus errores.
Nadie puede negar que los primeros meses de la administración de la presidenta Dina Boluarte fueron especialmente difíciles. A una serie de violentas protestas –que el Gobierno no supo manejar con el resultado de un trágico saldo de vidas– le siguieron los efectos de las lluvias sobre el norte del país. Debía enfrentar este contexto, además en un equilibrio político bastante precario. En ese sentido, se podía haber entendido que la administración de Boluarte haya avanzado poco en su agenda de mediano plazo durante su período inicial.
Sin embargo, trascurridos ya seis meses desde su toma de mando, empieza a quedar bastante claro que, en realidad, no hay agenda de mediano plazo. En la presentación del viernes pasado, a propósito del balance de su gestión, la jefa del Estado dio un discurso repleto de lugares comunes, con nula autocrítica y más bien insistiendo en sus errores.
Respecto de lo primero, la presidenta abundó, por ejemplo, en datos del presupuesto destinado a tal o cual actividad, sin mayor mención de los resultados que estas transferencias han logrado. La fórmula la utilizó para sectores diversos como infraestructura, agricultura, Mypes, cultura, entre otros. Anunció la entrega de un memorando inicial que apenas ratifica la voluntad del Perú de seguir en el proceso para incorporarse a la OCDE. E insistió en que su gobierno ha trabajado en preservar el orden democrático, recuperar la estabilidad y cerrar brechas sociales. La información sustancial sobre logros conseguidos y pasos concretos hacia adelante brilló por su ausencia.
En segundo lugar, la falta de reconocimiento de los errores de gestión no solo es decepcionante, sino que impide aspirar a la cuota de sensatez necesaria para enmendar el rumbo. Las familias de los fallecidos en las protestas de inicios de año y el país entero merecen una mejor explicación de lo que sucedió entonces. Sus elecciones de Gabinete no han sido siempre acertadas, así como tampoco la designación de una persona allegada en la presidencia del Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú. Y el pobre manejo del dengue, sobre todo en la zona norte, amerita un mea culpa.
Finalmente, es en este último punto en el que la presidenta demostró su vocación por insistir en errores. A todas luces, Rosa Gutiérrez, ministra de Salud, no ha dado la talla para el cargo. Pero en vez de sustituirla rápidamente por una persona con las competencias suficientes para abordar la emergencia sanitaria del dengue –que se ha cobrado la vida de más de 140 peruanos hasta ahora–, la mandataria le dio su respaldo. “Queremos reconocer que nuestra ministra de Salud ha hecho todos los esfuerzos denodados de la fumigación, y no solo el Ministerio de Salud, sino también Agricultura, Vivienda, EsSalud desde el Ministerio del Trabajo”, dijo entonces.
En consecuencia, tendrá que ser el Congreso el que evalúe su permanencia en el Gabinete, con los tiempos que tal proceso supone. La presidenta podía resolver el entuerto de forma expeditiva, pero se rehúsa a hacerlo.
Es meritorio, vale decir, el esfuerzo de la presidenta de dar la cara cada cierto tiempo para intentar un balance de gestión y responder preguntas de los periodistas. De su antecesor no se podía decir lo mismo. Pero estos trances serían mucho más provechosos con un listado real de logros, planes concretos hacia adelante, admisión de errores y un espíritu de enmienda inmediata. Si la mandataria aspira realmente a completar su período presidencial, va a necesitar bastante más que lo que demostró el viernes pasado.
Fuente: El Comercio – Editorial