Con la victoria de Ayacucho, el Perú consolidó su independencia, y hacia la década de 1860, era uno de los pocos países hispanoamericanos que aún no había firmado un tratado de paz ni entablado relaciones diplomáticas con España.
Sin embargo, ello no había sido obstáculo para que se produjeran diversos actos recíprocos de buena voluntad, entre los que estuvieron el establecimiento de consulados de ambos países en Madrid y Lima en 1858.
En ese contexto, la intervención francesa en México y la española en Santo Domingo en 1862, harían ver con mucha suspicacia el envío a Sudamérica de una expedición científica hispana, a bordo de las fragatas Resolución y Nuestra Señora del Triunfo y las goletas Vencedora y Covadonga, cuyo propósito anunciado era efectuar estudios en las antiguas posesiones españolas.
Mientras tanto, en el Perú, el 4 de agosto de 1863, se produjo un incidente en la hacienda Talambo, Lambayeque, en el que resultó muerto un colono agricultor español, lamentable circunstancia que fue inmediatamente explotada por algunas autoridades españolas que aun guardaban antiguos recelos contra Perú.
De esta manera, un tema de orden interno peruano pronto escaló en una crisis internacional, al ser exacerbado ante el gobierno español por el funcionario diplomático Eusebio Salazar y Mazarredo.
La investidura de este personaje, con el título de comisario especial extraordinario de España en el Perú, que no correspondía ante una república independiente, provocó la negativa a recibirlo por parte de nuestras autoridades.
Luego, incitado por Salazar, el general Pinzón, al mando de la escuadra española, decidió tomar represalias contra el Perú, capturando el 14 de abril de 1864 las islas Chincha, de dónde provenía la mayor parte del guano que el Perú exportaba, a la par que se establecía un bloqueo en el puerto del callao.
Producidos estos hechos, España reforzó su escuadra con las fragatas Blanca, Berenguela y Villa de Madrid y el blindado Numancia, para entonces considerado como uno de los de mayor poder ofensivo del mundo.
Por su parte, el gobierno peruano, por ese entonces bajo la presidencia del general Pezet, buscó en todo momento una salida diplomática al impasse, considerando, además, que el país no contaba con los medios militares y navales para hacerle frente a una fuerza naval como la española.
Buscando lograr un arreglo pacífico, el Perú comisionó al general Manuel Ignacio de Vivanco para negociar con el general español José Manuel Pareja.
Dado que las exigencias españolas eran excesivas, y no contando nuestro país con un poder naval disuasivo que respaldara su posición, el gobierno buscó una pronta solución, firmando, el denominado Tratado Vivanco-Pareja, suscrito el 27 de enero de 1865.
Si bien es cierto que se ponía fin al impasse, ello se hacía a costa de reconocer una supuesta deuda económica con España proveniente de tiempos de la independencia.
Cabe señalar que, mientras se negociaba con España, el gobierno peruano adquiría armamento para fortalecer al ejército y la armada, en el caso que las conversaciones no llegasen a buen término.
Sin escatimar esfuerzos, ni recurso económico alguno, se procuró adquirir el armamento y las naves de diseño más moderno, bajo un concepto estratégico muy similar al empleado por las principales potencias de la época: artillería de defensa de costa de gran calibre para los puertos, buques blindados para hacerle frente a una escuadra en altamar, y corbetas para atacar las líneas de comunicaciones marítimas y retaguardia enemigas.
Como parte de estas gestiones, se comisionó a destacados oficiales del ejército y armada, entre los que estuvieron los futuros máximos héroes Grau y Bolognesi, quienes con otros compañeros de armas, lograron su misión al comprar artillería de grueso calibre, y concretarse la adquisición en Francia de las corbetas Unión y América, y en Gran Bretaña los blindados Huáscar e independencia.
Además, se dispuso la construcción en el Perú del monitor Victoria y la transformación del vapor Loa, convirtiéndose ambos en los primeros blindados que tuvo nuestra armada.
Retornando a los hechos, en el campo político, la opinión pública nacional consideró que el tratado Vivanco-Pareja era contrario a los intereses del Perú y el levantamiento popular no se hizo esperar.
El coronel Mariano Ignacio Prado se pronunció en contra del tratado el 28 enero 1865 en Arequipa, estableciendo un gobierno de restauración nacional, logrando hacerse del poder en noviembre de 1865, repudiando el referido tratado.
Cabe señalar, que los actos de beligerancia motivados por la escuadra española no sólo se limitaron al Perú, sino que también involucraron a chile por su actitud solidaria hacia nuestro país, por lo que el 5 de diciembre de 1865 ambos países suscribieron una alianza defensiva para hacer frente a la intimidación española.
Como dato de interés, en dicho tratado el Perú ofrecía apoyar con su escuadra la defensa del litoral chileno, dado que aquel país no tenía los medios adecuados para ello. A este tratado de alianza, luego se sumarían Bolivia y Ecuador, de modo de actuar unidos contra España.
Finalmente, el Perú le declara la guerra a España el 14 de enero de 1866, y dado que aún se hallaban en construcción en Inglaterra el monitor Huáscar y la fragata Independencia, únicos buques superiores y capaces de enfrentar con éxito a la escuadra española, se determinó la conveniencia de enviar a las cuatro naves principales de nuestra escuadra al sur de chile, bajo el concepto de lo que hoy se conoce en estrategia como “flota en potencia”, donde debían aguardar el arribo de los dos nuevos blindados para actuar luego en conjunto contra la fuerza enemiga.
Tres de estas naves, la fragata Apurímac y las corbetas Unión y América, junto a la cañonera chilena Covadonga, conformaron la escuadra aliada, que bajo el mando del valeroso e intrépido capitán de navío peruano Manuel Villar, rechazaron de manera contundente el 7 de febrero del 1866, en el Combate de Abtao, el ataque de las fragatas españolas Villa de Madrid y Blanca.
Después de este infructuoso intento de doblegar a nuestras fuerzas, el jefe naval español, brigadier Casto Méndez Núñez, reorientó se esfuerzo, y optó por afectar la infraestructura marítima comercial de ambos países, bombardeando el puerto chileno de Valparaíso, y luego el del Callao.
El castigo ante el primero de los mencionados ocurrió el 31 de marzo, no hallando resistencia por parte de su indefensa población.
Con este antecedente, el callao corría un peligro inminente al no conocerse aun la fecha de llegada de los blindados Huáscar e Independencia, capaces de batirse con a las naves españolas.
Sin embargo, para ese entonces ya habían llegado al Perú los cañones adquiridos por el coronel Bolognesi y, al advertirse la amenaza sobre el callao, el gobierno dispuso la ejecución de las defensas necesarias a cargo de la marina y del ejército.
De manera muy acertada, las fuerzas peruanas, -considerando las lecciones militares de la reciente Guerra de Secesión Americana- establecieron un sistema defensivo conformado por fortificaciones y artillería de costa de grueso calibre, totalizando 45 piezas, distribuidas desde la boca del rio Rímac hasta la zona de la punta. Debemos destacar que ante la ausencia del grueso de la escuadra peruana que aún se hallaba en el sur, se logró establecer una división naval como defensa móvil en la bahía.
En detalle, en el sector norte, las defensas estaban conformadas por el Fuerte Ayacucho, la Batería Independencia, la Batería Pichincha y la Torre Junín.
Luego, en la zona de la «mar brava» se erigió la batería Zepita para evitar un posible desembarco por la retaguardia.
En el sector sur del callao, se prepararon las defensas desde la torre de la Merced, el fuerte de Santa Rosa y las baterías Maipú, Chacabuco y Chalaca, dentro de la que se hallaba el Cañón del Pueblo, cuya instalación fue improvisada en 24 horas por una multitud de patriotas.
Finalmente, la división naval, ubicada en el sector centro como defensa móvil, se ubicó en inmediaciones del muelle de guerra, cubriendo el espacio poblado de la ciudad, en donde no había baterías.
Se hallaba conformada por el vapor Tumbes armado con dos cañones rayados, el blindado Loa con dos cañones; el monitor Victoria, con un sólo cañón de torre giratoria, y los auxiliares Sachaca y Colón, con artillería menor.
Las fuerzas españolas, plantearon una acción ofensiva, basada en bombardear las posiciones terrestres peruanas, empleando un ataque simultáneo en tres divisiones. La primera, encargada de batir la zona sur del Callao; la segunda, batir la zona norte del Callao, y la tercera, batir la zona centro del puerto.
La poderosa escuadra española fondeada frente a San Lorenzo desde el 26 de abril, se hallaba conformada por las fragatas Numancia, Blanca, Villa de Madrid, Resolución, Berenguela y Almansa, integrando tres divisiones y apoyadas por los buques auxiliares Vencedora, Marqués de la Victoria, Matías Cousiño y Paquete de Maule. Todas estas naves totalizaban 245 cañones de diverso calibre.
Del lado peruano, la movilización de hombres fue total. Al lado de los adultos, se alistaron para la lucha niños y ancianos. También los extranjeros intervinieron, formando las famosas brigadas de bomberos. Fue, verdaderamente, una tarea donde participó de manera conjunta el pueblo y su fuerza armada, la nación en su conjunto.
Llegado el dos de mayo, fecha señalada por los españoles para bombardear nuestro primer puerto, pasado el mediodía, el blindado español Numancia, que enarbolaba la insignia de Méndez Núñez, hizo los primeros disparos.
Luego, fue la torre de la merced, en donde fijó su puesto para dirigir el combate el secretario de guerra y marina José Gálvez, la que rompió los fuegos, a la vez que se desplegaba el pabellón nacional, generalizándose el combate por ambas partes.
En el fragor de la batalla, la Numancia, al cambiar de banda, recibió dos certeros impactos: uno del monitor loa y otro de las baterías de tierra, resultando herido el propio brigadier Méndez Núñez.
La Villa de Madrid también sería impactada por un proyectil que puso a 40 tripulantes fuera de combate, y le causó otros graves daños, obligándola a salir de la línea, remolcada luego por la Vencedora. Momentos después recibiría la Berenguela un proyectil que le atravesó en la línea de flotación por lo que tuvo también que alejarse escorada hacia estribor, siendo posteriormente varada frente a San Lorenzo para evitar su hundimiento.
Al tiempo que esto sucedía, nuestros bravos defensores experimentaron un duro golpe en la torre de la merced en pleno fragor del combate. Allí se produjo una explosión con la muerte de todos los que allí se encontraban, entre ellos el secretario de guerra y marina, don José Gálvez, quien dirigiendo la acción, supo encarnar el espíritu de heroicidad, valor y arrojo que mostraron los peruanos aquel día.
De esta forma, oficiales y personal del ejército y la armada, tanto en tierra como a bordo, lucharon en la defensa del honor nacional, conjuntamente con la ciudadanía entera, que frente al ocasional adversario, escribieron con letras de oro una página de gloria en nuestra historia republicana.
Los cañones de tierra y los cañones de nuestros buques siguieron disparando hasta el último momento. La Numancia y la Vencedora fueron los últimos buques españoles en retirarse, aproximadamente a las 5 de la tarde y lo hicieron lentamente, recibiendo aún el tiro de nuestros buques.
Precisamente los últimos cañonazos fueron del monitor Victoria, que rubricaron con su nombre la gloriosa jornada.
Fue el dos de mayo, un momento en la historia que evidenció la forja moral de la nación, aglutinada en la lucha por la libertad y sus ideales. Una muestra tangible de lo que una naciente república, firme en sus convicciones enfrentó, como prueba de fuego, para convertirse luego en un sello imperecedero hasta nuestros días de lo que significa el velar por los sagrados intereses que motivan la identidad nacional.
Como bien ha señalado el historiador Jorge Basadre, “se logró robustecer el espíritu nacional peruano” y que por ello, después del Ayacucho, “el dos de mayo de 1866 es un día cumbre en la historia republicana del Perú, y más que una jornada militar, es una jornada cívica”
Fuente: Marina de Guerra del Perú