Los ciudadanos de todo el Perú estamos notificados ya hace varios meses, de modo reiterado. Sobre un área aproximada de 200 kilómetros, que alcanza a unos 10 distritos mesocráticos o de clase alta de la ciudad de Lima, está surgiendo un movimiento violentista fascistoide, sostén de un proyecto altamente conservador, que podría ser único en América Latina. Algo así, como el otro extremo del fenómeno senderista, que surgió en el Perú a inicios de la década de los años `80 del siglo pasado y, a quien equivocadamente, las elites limeñas, subestimaron creyendo que solo eran grupos de abigeos.
Son como hordas violentas o grupos tribales, que, bajo un discurso anticomunista y racista, reiteradamente acosan, insultan, agreden, estigmatizan y hasta golpean físicamente a diferentes personalidades o instituciones de la sociedad civil y del estado. Sus acciones empezaron contra el Instituto de Defensa Legal, razón por la cual el poder judicial, los sentenció a varios de sus integrantes por delito de difamación. Sin embargo, burlándose de esa sentencia, volvieron al ataque, frente a los fiscales que luchan contra la corrupción, en las casas de las autoridades del sistema electoral, en las pasadas elecciones, alegando un supuesto fraude; frente a varios ministros del anterior gobierno y contra el ex fiscal Avellino Guillen, por señalar solo algunos casos.
Esta advertencia no pretende comprometer a la gran mayoría de los ciudadanos pacíficos y tolerantes de ese espacio territorial de Lima, pero llama la atención de un fenómeno de patología social, que debería ser motivo de mayor tratamiento por parte de la academia, la intelectualidad, los medios de comunicación y las propias autoridades competentes. Es sintomático, el silencio de la Defensoría del Pueblo, muy apurada en pronunciarse sobre otros temas nacionales, pero no sobre este. La gran pregunta que habría que hacerse para una mayor investigación sobre estos grupos violentistas es, ¿Por qué surgen? ¿Quién los financia? ¿A que propósitos ideológicos responden o qué relación existe entre su altisonante predica de confrontación y la formación educativa que reciben? ¿Cómo puede surgir un movimiento de esta naturaleza en un área territorial capitalina que, hipotéticamente, debería ser el espacio de irradiación de valores de paz y tolerancia?
La expresión más alta e indignante de estos grupos intolerantes ocurrió en días pasados en los distritos de Barranco, Surco y Miraflores a propósito de la venta y difusión de los libros de Francisco Sagasti y Rafael Roncagliolo, en librerías de alto prestigio. Varias mujeres de mediana edad, jóvenes y adultos, atacaron sin piedad a esas librerías con expresiones de racismo y, frente a los referidos personajes acusándolos de terroristas y, a las librerías, de tolerar o promover el fraude en las últimas elecciones. “Si quieren difundir estos libros váyanse a Chota, de Pedro Castillo” gritaban. “No vamos a tolerar que oculten el fraude o la propagación del comunismo” enfatizaban de manera altisonante, como recordando los días previos al triunfo del fascismo en Europa. Pero, esta vez, la cosa fue a mayores porque reventaron petardos en las inmediaciones de las librerías.
Son grupos, tan intolerantes y violentistas, como determinados sectores de la ultraizquierda o sectores anarcoides que bloquean carreteras o puentes en el interior del país o la predica toxica de esos sectores de una deformada variante del marxismo en las redes sociales. Tienen en común el lenguaje y la construcción de un relato contra los llamados “caviares”, como si estos fueran las causas de todos los males en el Perú. Son extremos que se tocan, se rozan y coinciden en muchos casos, cual enemigos íntimos. Pero, la argumentación de este este relato es en gran medida, huero, vacío, aunque bullanguero. En otros escenarios, son los mismos sectores que intentaron desprestigiar el proceso de vacunación en el Perú, difamando la variante SINOPHARM o alentando el consumo del dióxido de cloro, como supuesta solución para enfrentar el Covid 19.
La violencia que ejercen estos grupos violentistas en sectores mesocráticos o de clase alta, me hace recodar mis épocas juveniles universitarias de los años 70 y 80 del siglo pasado. En esas épocas se insultaba y se expulsaba a docentes de las aulas universitarias, porque estos se oponían a las ideologías extremistas. Años después, se inició la violencia terrorista de Sendero Luminoso. Los protagonistas de aquella intolerancia eran jóvenes provincianos que habían ingresado a diversas universidades públicas, abrazando la ideología maoísta, pero los actuales protagonistas, en otro contexto y tiempo, son ciudadanos de clase alta o media, ubicándose en otra esquina ideológica, altamente conservadora; los cuales reclutan a pobladores de distritos populares a cambio de algunas prebendas, para dar un matiz populachero a su accionar. Es un movimiento que, después de la segunda vuelta electoral, intento explayarse a otras ciudades metropolitanas del Perú, pero con nula fortuna, felizmente. Estos grupos violentistas no son expresión de un movimiento universitario, ni mucho menos, sino esencialmente citadino, ubicados en sectores mesocráticos.
El surgimiento de estos movimientos extremistas de derecha, guarda correspondencia con el viraje de diversos sectores liberales o simplemente independientes a posiciones extremadamente conservadoras. Es funcional a una ciudad donde existe, aun, un extendido racismo, segregación social y desigualdad. Se da la mano, sin quererlo o queriéndolo, con ese silencioso desprecio de diversos sectores a las minorías sexuales, a las propuestas de extensión de derechos civiles en nuestra normatividad legal y en la educación. Es un comportamiento que no llama la atención de cierto poder mediático, dado a la difusión de programas mediocres, chabacanos y de un sutil racismo, del cual la gente no se percata. Es consustancial al morbo de la violencia que promueven diversos noticieros de la TV, que se emiten desde Lima, exagerando la noticia negativa y ninguneando los hechos positivos.
Dando una mirada al panorama de las ciudades de América del Sur, de Centro América e incluso de México, Canadá y EE. UU; es una pena que Lima aparezca como el recinto capitalino del surgimiento de este grupo fascistoide, cuyas actuaciones tienden a ser cada vez más intolerantes, incluso, que de los seguidores de Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en EE, UU. Se puede decir, que son una ínfima minoría, pero quienes vivimos en carne propia el surgimiento del senderismo en los años 80, desde las corrientes más extremas de la izquierda, jamás debemos olvidar que, al igual que hoy, muchos intelectuales, autoridades e instituciones subestimaron a esas tendencias.
¿Qué tendría que pasar para que instituciones como la Fiscalía de la Nación, la Defensoría del Pueblo y el propio parlamento, se pronuncien con firmeza y tomen acciones para parar esta reiterativa vorágine de intolerancia? No es de extrañar, finalmente, que tengamos un alcalde de Lima que, en lugar de liderar la indignación de la gran mayoría de limeños para rechazar estos actos, desde un pronunciamiento del consejo metropolitano, prefiera el cálculo acomodaticio, hacerse el muertito, con su escaza performance como autoridad edil y con la complacencia de un determinado poder mediático. Por ahora, quizá la principal preocupación del alcalde de Lima, sea exponerse como un probable candidato presidencial, muy afín a una ciudad altamente conservadora. No tiene, ni la menor idea de cuanta responsabilidad tiene como primera autoridad de la ciudad, para frenar esta violencia de ultraderecha. Pero, quizás más adelante, la ciudad le pida cuentas por su cómplice silencio.
Escribe: Neptalí Capio Soto – periodista