Gahela es una joven mujer transfeminista, migrante, animalista, ambientalista, afroandina e hija de campesinos. Aunque no logró un escaño en las recientes elecciones, fue la primera candidata abiertamente transgénero que postuló al Congreso del Perú, un país sin leyes de identidad de género ni normas que protejan a las personas LGTBI de los crímenes de odio.
A Gahela Cari (Bernales, Pisco, 1992) le desagrada la desigualdad. Sus palabras son livianas pero firmes, su voz tiene el peso que solo dan las adversidades. Sin embargo, no ha perdido la alegría. Baila en las calles de Lima con una falda andina de flores bordadas que se mueve en el aire cada vez que gira sobre sus pies.
Gahela es una joven mujer transfeminista, migrante, animalista, ambientalista, afroandina e hija de campesinos. Aunque no logró un escaño en las recientes elecciones, fue la primera candidata abiertamente transgénero que postuló al Congreso del Perú, un país sin leyes de identidad de género ni normas que protejan a las personas LGTBI de los crímenes de odio. Es parte del partido Juntos por el Perú (JP), que también incluyó a Verónika Mendoza, la única candidata presidencial de izquierda de las últimas elecciones.
La entrevisté la noche del último viernes de marzo, luego de un día lleno de eventos de campaña en medio de la pandemia. Faltaba poco para el día de las elecciones peruanas.
— Hola, corazón —me saludó Gahela, quien llevaba su característico sombrero andino. Una trenza de cabellos negros y largos caía sobre su hombro derecho—. Queremos hacer política desde el amor, el arte, los afectos, la autogestión. Una política no tradicional, que apunta a disputar sentidos comunes y que nace desde el coraje —dice sobre el videoclip de su canción de campaña, que la muestra junto a jóvenes artistas LGTBI y acaba de presentar en público.
Hablemos un poco de tu infancia. Si pudieras viajar en el tiempo y hablar con tus padres antes de nacer, ¿qué les dirías para que sepan cómo afrontar el mundo con una hija trans y protegerla?
Yo creo que lucharía para garantizar educación sexual integral con enfoque de género en todos los servicios educativos. Mi familia me echó de casa. Mi madre me echó, pero lo hizo porque ella no había recibido una educación con enfoque de género, porque no había recibido una educación sexual integral, y creo que eso es muy repetitivo en la mayoría de nuestros hogares. Nuestros padres no han recibido educación con enfoque de género. No se les pasó por la cabeza la posibilidad de que sus hijas, hijos o hijes pudieran ser personas de la diversidad sexual y de género. Todo lo contrario: nos han educado para pensar que la heterosexualidad es lo correcto y que todo lo que salga de ello es anormal, antinatural y, como tal, tenemos que rechazarlo.
Yo estoy segura de que mi madre ha sufrido muchísimo. Cuando hablo de la necesidad de reconocer los derechos de las personas LGTBI me refiero también al bienestar que esto va a causar en nuestras familias, en nuestras madres. En ese contexto, lo primero que le diría a mi mamá sería que no importa cómo amen sus hijos, que también los ame, que esté preparada para lo que viene, para cuidar a esos pequeños que dio a luz y cuidó con mucho empeño.
Creo que por eso es importante que el Estado garantice educación sexual integral. Si mi madre hubiera recibido esa educación probablemente no me hubiera botado. De hecho, yo hoy tengo una de las mejores relaciones con mi familia y mi mamá gracias a haber tenido todo un proceso de aprendizaje junto a ella para entender cómo el enfoque de género cambia la mirada acerca a las personas LGTBI. Y ahora ella no solo es una dirigente campesina, sino una que lucha por las personas LGTBI.
Esos primeros años fueron difíciles. ¿En qué te refugiabas para afrontar la adversidad? ¿Una película que viste muchas veces, un lugar especial?
En mi caso, yo no podía sentarme a mirar una película ni tenía la posibilidad de poder viajar. Lo que hacía era acurrucarme en el estudio, en la biblioteca. Ahora miro hacia atrás y veo que cada vez que sacaba un diploma o ganaba un concurso, veía a mis padres felices y, además, los docentes me protegían. Aprendí que mientras más estudiaba, mientras más me esforzaba, recibía más protección. Me gustaba mucho estudiar, al punto de que mi mamá me cuenta que yo lloraba por más tarea.
En el colegio era difícil. Yo terminaba pidiendo ir, pero sí evitaba situaciones de riesgo. Por ejemplo, dejé de ir a los baños escolares porque sufría violencia, transfobia, abuso sexual. Entonces aprendí a aguantarme la orina. Algo que me ayudó, que fue mi válvula de escape en esos momentos tan difíciles en que tenía que reprimir quién era, cómo andaba, cómo reía, en que me mutilaron mi niñez y adolescencia, fue el estudio, los libros, la historia, la literatura.
Has contado en algunas ocasiones que tu experiencia en el colegio no fue agradable. Mirando hacia atrás, ¿qué te gustaría decirle a la Gahela del colegio?
Que luche, que pelee, que vaya por sus sueños, que no le haga caso absolutamente a nadie que quiera dañarla. Decirle que la única forma de poder alcanzar cada una de nuestras metas, anhelos y sueños es luchando de manera colectiva. Que pida ayuda y que no tenga miedo de amar con pasión, con locura, con coraje, con alegría. Le diría que la única forma de liberarnos es siendo felices a pesar de las adversidades. Que no se detenga, porque va a haber miles de personas que le digan que no va a poder, pero que entienda que la clave es pedir ayuda, construir y avanzar desde lo colectivo. Tenemos que aprender que no somos competencia y que estamos aquí para darnos la mano, para construir lazos y avanzar en conjunto.
Si bien tu infancia y adolescencia fueron difíciles, ¿hay algo que atesores como el recuerdo más bonito de aquella época?
Lo más bonito de mi infancia han sido los animales, yo vivía rodeada de ellos. Me dediqué a muy temprana edad a la agricultura familiar, pero también al cuidado de los animales. Mi familia criaba carneros (ovejas), vacas, cuyes (conejillo de Indias), gallinas, patos. Cuando regresaba de trabajar en el campo los fines de semana, pasaba muchas horas con los animales. Me encantaba estar con ellos, darles su comida, hacerles sus casitas. Creo que era muy feliz con ellos. Y creo que era porque no recibía violencia de su parte, solo cariño. Era lo que más me gustaba de esa etapa.
¿Cuál es el soundtrank de tu adolescencia, esa canción que se te viene a la mente cuando recuerdas esa época?
Yo escuchaba mucho a Gisela Lavado (cantante de música folclórica andina peruana) cuando iba a pastear a mis animales. Es curioso porque yo tendría unos nueve años cuando la escuchaba y sus canciones son normalmente “cortavenas”: hablan del desamor, de su tierra. Y yo ni siquiera había tenido una pareja, pero disfrutaba mucho ese sentimiento con el que cantaba Gisela. Prendía mi radio en la chacra y esperaba la hora en que la presentaban.
¿Cuáles son las medidas que tomarías para proteger a las infancias trans si en algún momento fueras ministra de Educación?
Primero es necesario despatologizar las identidades trans y, además, que todas las políticas públicas aborden nuestras diversas realidades, no solo en materia educativa, sino también de salud, de trabajo, de vivienda. Eso es sumamente necesario. Y es importante que todos los espacios educativos cuenten con formación sobre identidad de género, en todas las escalas. No me refiero solamente a las escuelas, sino también a las universidades, a los institutos técnicos, a los centros de formación de la Policía, a los lugares donde se forman los jueces y los fiscales.
Es fundamental que se aborden todos los espacios formativos, vincular a las familias y a los agentes comunitarios. También debe involucrarse a los medios de comunicación, porque muchos espacios abordan nuestras existencias desde la burla y el morbo. Se tiene que acabar con esa educación machista y empezar a educar en igualdad, con enfoque de género, en todos los espacios educativos.
Te expulsaron de casa. Ese debió ser un momento terrible. Sabemos que hay redes de solidaridad entre las mujeres trans en situación de calle. ¿Qué es lo que más recuerdas en ese sentido?
Las redes de apoyo, de sororidad, son algo bastante nuevo. Cuando mi madre me botó de casa, yo no tenía a dónde recurrir. Estuve mucho tiempo sin trabajo porque también me botaron de allí. Trabajé en restaurantes, billares, hoteles, en todo lo que se me presentaba, y siempre terminaban pagándome menos o botándome sin pagarme. Yo ya estaba en cuarto o quinto año de la universidad, tendría unos 20 años [cuando me echaron de casa]. Fue un momento bien duro para mí.
Yo había leído que iba a ser difícil, pero nunca imaginé que lo sería tanto. Así que intenté continuar con mis estudios gracias al apoyo de mis amigos de la universidad. Eso fue clave. Pero también era complicado porque tenía que escoger entre comprar mi menú o sacar mis copias para el examen. Hubo muchos días sin comer, de dormir en el parque. Muy difícil. Y creo que en ese momento yo veo el feminismo no en palabras sino en acciones, porque fueron las compañeras feministas quienes, con lazos de sororidad, lograron abrazarme.
Luego ingreso a las organizaciones LGTBI, trans y feministas con más fuerza. Yo ya había formado para ese entonces el colectivo TLGBI Sin Vergüenza. En Ica (región donde nació) desarrollamos la primera Marcha del Orgullo con este colectivo. Fueron momentos complejos. Pero veo que en los últimos años se han ido forjando muchos más espacios de resistencia y apoyo para personas trans. Es una respuesta política frente a la ausencia y el abandono del Estado, porque la sociedad civil no debería encargarse de estas situaciones.
Lo hacemos porque no hay una política pública para garantizarles los derechos fundamentales a las personas trans. Es una respuesta que nace desde el amor, desde la empatía, y porque las personas trans sabemos lo que es no tener para comer, ser echado de casa y dormir en la calle. Uno de los sueños es que cada ciudad del país cuente con casas de refugio para mujeres en toda su diversidad y para disidencias sexuales y de género. Esto es sumamente necesario en medio de un contexto en que nos asesinan y huimos de casa por ello. Las personas trans no nos vamos de casa: huimos de contextos de violencia.
Luego estudiaste derecho, pero no puedes sacar el título por problemas con tus papeles relacionados a tu identidad trans. ¿Qué harías si fueras rectora de tu universidad en este momento?
Yo no quiero que me faciliten nada, lo que quiero es que no me obstaculicen el trámite de mi bachiller (grado). Yo he presentado todos los requisitos al igual que mis compañeros de graduación, no le debo ningún curso a la universidad, siempre he estado entre los primeros puestos, he pagado todas las tasas. A pesar de ello, yo soy la única a la que no le han dado bachiller y eso tiene una sola explicación: la discriminación.
Ha sido muy complicado porque muchas veces no he tenido qué comer para ir a la universidad. Felizmente, como le digo a las compañeras trans, cada vez nos organizamos mucho más, ahora hay organizaciones LGTB dentro de las universidades. Y hay procesos que nos demuestran que la igualdad es inevitable. Hay universidades que tienen reformas trans y no ha sido por las autoridades universitarias, sino porque hubo personas trans que pelearon por sus derechos y lo lograron.
¿En qué momento dijiste que tu camino era ingresar a política?
Yo no sé si he elegido la política o si la vida me ha llevado hasta allí. Yo hago política desde que estaba en la primaria. He sido alcaldesa escolar, he estado a cargo de organizaciones, he sido parte de los NATS (Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores). De niña luchábamos contra el maltrato infantil, el cambio climático, por la defensa animal. Ya después me involucré en la política partidaria con la campaña de Verónika Mendoza, en el 2015.
Ella me convenció de que era necesario luchar por nuestras vidas. Además, yo había visto a Verónika pelear por nuestros derechos en el Congreso. Eso no había pasado antes. Muy pocas personas habían peleado por nosotros y con tanta convicción. Al ser una de las primeras congresistas feministas, llamó mucho mi atención, sobre todo cuando renunció a la bancada nacionalista y se puso del lado de los agricultores. Me llamó mucho la atención porque soy hija de agricultores, de dirigentes campesinos.
Te autodeterminas como afroindígena también. ¿Cómo le explicarías esa definición a una persona que no sepa nada al respecto, un viajero del tiempo tal vez?
Primero, no es que lo diga porque se me ocurrió, sino porque tengo raíces indígenas y raíces afro, es mi árbol genealógico. Creo que también es una apuesta política decirlo, porque podría no decirlo. Sin embargo, para mí y muchas personas es importante hacer política desde los afectos, visibilizando nuestras raíces, quiénes somos, cómo amamos, la inmensidad de ir derribando esos mitos y prejuicios que nos han implantado a través de la educación machista, una educación que nos ha formado para avergonzarnos de cómo amamos, de dónde venimos.
Por eso muchísimas personas no dicen de dónde son, no se identifican como indígenas a pesar de serlo, no están reconociendo sus raíces y se guardan en el clóset su orientación sexual e identidad de género: porque hemos sido educados para la vergüenza, para la culpa.
En medio de todo ese contexto, para mí es totalmente necesario decir que soy una persona trans, indígena, migrante, afroandina, y que es desde ahí desde donde lucho. Yo no puedo hablar sobre las opresiones de género sin hablar de racismo, del cuidado de la tierra, de las luchas ecológicas, de los derechos de las personas indígenas, tanto a nivel individual como colectivo. Y creo que eso hace que en el camino vayamos entrelazando nuestras luchas, que sea tan importante mencionar quienes somos y qué queremos, que es construir una sociedad con igualdad de oportunidades para todos, todas y todes, donde nadie quede fuera.
Dentro de la política también hay mucho machismo, clasismo y transfobia. Tú has recibido muchos ataques en esta campaña. ¿Cuáles son las reglas ‘de convivencia’ que te gustaría que se implementen dentro de las organizaciones sociales y políticas para asegurar el respeto a las diversidades?
Creo que es necesario contar con un protocolo electoral para prevenir situaciones de discriminación y violencia por orientación sexual e identidad de género; también contra el racismo, [el] sexismo. Sin embargo, creo que más allá de eso, la realidad nos ha demostrado por qué es necesaria la educación con enfoque de género, por qué la democracia a veces no es suficiente para las personas trans. No vivimos en democracia, porque si realmente fuéramos una sociedad democrática, no quedarían en la impunidad hechos de violencia, la transfobia. Lo único que reciben [quienes los cometen] son amonestaciones, y a veces ni eso.
Para ello evidentemente se necesitan normas y políticas públicas con metas a corto, mediano y largo plazo, tanto sancionadoras como preventivas. Por eso una de mis principales propuestas es la ley de educación sexual integral con enfoque de género en todos los niveles educativos, la ley integral trans, la ley de matrimonio igualitario, un sistema público de cuidados, despenalización del aborto. Esto va articulado para luchar de manera frontal contra la violencia de género desde el Congreso de la República.
Durante tu recorrido por las calles de la ciudad por la campaña, ¿qué es lo más bonito que te han dicho?
Algo que me han repetido muchas veces es que hay muchas familias que se han reconciliado a propósito de nuestra campaña, porque nos han escuchado, nos han visto. Un ‘compa’ (compañero) gay escribió en Twitter que su madre no entendía la orientación sexual y de género, pero que cuando salí en una entrevista televisiva la primera en defenderme fue ella. Y creo que eso es un signo de por qué es importante que nos visibilicemos, que disputemos espacios, que luchemos para poder reconocer nuestros derechos.
Lo segundo que me ha parecido bonito en esta campaña ha sido la ilusión que despertamos en las personas. Por ejemplo, a mí me han amenazado en redes y han intentado golpearme cerca de donde vivía. He tenido que refugiarme en otra casa. Cuando pregunté dónde me podía quedar, hubo como 200 personas ofreciéndome un espacio. Esa ilusión ha logrado que cada vez más personas se sumen a esta campaña desde distintos espacios. Más allá de llegar al Congreso, creo que mi principal tarea es disputar sentidos comunes, lograr que más personas se interesen en luchar por derechos.
¿Cuál es la pregunta que más te hacen en las entrevistas y que detestas?
Yo no detesto ninguna pregunta, pero lo que más nos preguntan es por Venezuela (en Perú se acusa al partido JP de chavista) y por Vladimir Cerrón (político de izquierda condenado por corrupción). Yo siempre respondo que no soy abogada de Nicolás Maduro y no apoyo la dictadura venezolana. Con respecto a Cerrón, digo que en Nuevo Perú (movimiento político liderado por Verónika Mendoza y parte de JP) siempre hemos exigido que se expectore a todas las personas involucradas en actos de corrupción, violencia, machismos, transfobia, homofobia. En ese sentido yo responderé lo mismo todas las veces que sea necesario.
La juramentación de los congresistas es un momento muy esperado por los candidatos y la población. ¿Has pensado en lo que dirás en ese momento, cuando millones de personas te estén escuchando?
Ahora la preocupación es seguir convocando más personas para que puedan apostar por nuestra propuesta. No he escrito qué voy a decir, pero todos, todas y todes sabemos qué será, porque mis luchas están tatuadas en mi piel. Yo no soy solo una candidata trans: soy una defensora de los derechos humanos, y no desde hace tres meses, no [desde] hace unos años, sino desde muy pequeña, en las calles, y lo seguiré haciendo por donde me lleve la vida. No importa lo que suceda el 11 de abril, yo seguiré luchando con todas mis fuerzas por la igualdad.
Fuente: DISTINTASLATITUDES.NET – Escribe: Yerson Collave García