Está demostrado históricamente que quienes utilizaron el miedo como mecanismo de gobierno, lograron con eficacia lo que se propusieron. Tenemos los ejemplos de Joseph Stalin con la Gran Purga, el cercano de Fujimori con los psicosociales o las escenas de House of Cards donde los Underwood hacen uso de este para afianzar su poder.
Si bien el coronavirus no tiene el mismo nivel de mortalidad que otros, en países cuyo sistema de salud o el nivel de formalidad económica es precario, su impacto puede ser devastador. Estas características lamentablemente son muy peruanas y claramente las disposiciones del Ejecutivo no están logrando el aislamiento requerido para combatirlo.
Al igual que muchos, he seguido los discursos de Vizcarra durante los días de Estado de Emergencia y me quedaba esa pregunta: ¿Vizcarra debería gobernar desde el terror? ¿No debería nuestro presidente emular a la niña anónima que profetizó la muerte de todo aquel que saliera de casa el 21 de abril? Total, ella sí logró persuadir.
Marco Sifuentes en su columna “Hambre, sudor y máscaras” afirma que Vizcarra está asumiendo el rol de “padre severo, pero apapachador que te llama la atención por haber visto esa película de terror antes de dormir, pero que también te asegura que no hay monstruos en la oscuridad”. El problema para Sifuentes es que los monstruos sí existen y son nuestro paupérrimo sistema de salud.
Vamos al discurso de hoy (23/04/2020).
Vizcarra nos dice que, si no se hubiera tomado las decisiones adoptadas, serían decenas de miles de muertos, que lamenta que hoy sean 530 los fallecidos a causa del virus. Entonces retomo la pregunta: ¿debería Vizcarra no solo pedir que nos lo imaginemos, y pintar el escenario real de cómo sería o qué proyecciones hay si mantenemos a casi 40 días de cuarentena los mercados repletos y desordenados?
En Alemania o Estados Unidos, por ejemplo, han dado proyecciones de cuántos muertos están proyectando “en el mejor de los casos”. Sus cifras bordean los 100 mil. Aquí no. Aquí nos hablan de lo que se ha logrado o se está trabajando, pero no nos proyectan la escena de escalofrío. Vizcarra insiste en pedir compromiso de todos los peruanos en esta “maratón de resistencia” y duda en llamarla “guerra” como lo hacen sus funcionarios y ministros.
Una de las preguntas de los medios incluso ofrecía esa oportunidad. Iba en torno al colapso de los hospitales y morgues en el interior de país. Juré que diría algo, pero la toreó apelando a la responsabilidad popular, al amor a la patria, al amor por la sociedad.
Quiero dejar en claro que no critico las medidas que está tomando. Hoy anunció el tan esperado Bono Universal, una resolución extraordinaria que atiende y entiende las necesidades de las familias peruanas. El hecho de convocar a representantes de diversos rubros de la sociedad civil es muy bueno, habla de un liderazgo real que recurre al trabajo en equipo involucrativo. Esta, al igual que las demás, son drásticas, difíciles, pero que deben hacerse.
Sin embargo, al final de su presentación dio un atisbo de lo que podría explicar o justificar el tono de sus discursos: la salud mental.
Según Ipsos, el 52% de familias peruanas está siendo afectadas por el estrés, depresión, ansiedad u otras variables que perturban el bienestar emocional (gracias: psicosociales, FakeNews, prensa amarilla). Este porcentaje varía por nivel socioeconómico y edad, aunque el psiquiatra Yuri Cutipé asegura que estas cifras pueden ser mayores por la “falta de educación emocional que muchas veces nos impide reconocer nuestras emociones”. Por su puesto, este análisis puede estar obviando otras variables antropológicas, sociológicas o de otras disciplinas.
Como se ha dicho por diversos personajes, esto es una guerra. Muy atípica, por supuesto, pero guerra, al fin y al cabo. Entonces, ¿debería abordarse con la crudeza que esto significa para intentar ponerle fin en el menor tiempo posible? Solo el tiempo lo dirá.
Escribe: Anthony Mendoza – periodista